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Imagen por cortesía de © Lionsgate | TriPictures

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El cuervo (The Crow)

Fallida reimaginación de un clásico de culto de los noventa, que fracasa en capturar la profundidad emocional que definió la historia original basada en un cómic de James O’Barr. A pesar de que la dirección de Rupert Sanders destaca por su enfoque visual gótico y una acción estilizada, los numerosos cambios y subtramas narrativas hacen que la historia pierda la coherencia e intensidad necesarias para justificar lo que sucede en pantalla.

Título original: The Crow (USA/UK/FRA, 2024) Color, 111 mins.
Director: Rupert Sanders
Reparto: Bill Skarsgård, FKA twigs, Sami Bouajila, Danny Huston

★★✰✰✰ The Crow (2024) on IMDb


La saga de El cuervo fue concebida inicialmente como una novela gráfica en 1989 por el artista de cómics James O’Barr, quien canalizó en ella su duelo y rabia tras la trágica muerte de su prometida en un accidente automovilístico. La obra, una historia de amor y venganza desde el más allá, tuvo su primera adaptación cinematográfica hace tres décadas, dirigida por el realizador australiano Alex Proyas. Sin embargo, su rodaje quedó marcado por la trágica muerte de su protagonista, Brandon Lee, un suceso que convirtió automáticamente a la película en un auténtico filme de culto. El éxito en taquilla y crítica de esta primera entrega dio pie a tres secuelas irrelevantes y una serie de televisión protagonizada por la estrella de cine de acción y artes marciales Mark Dacascos.

Con un proyecto de reinicio de la franquicia, que ha sufrido numerosos cambios de directores y reescrituras de guion, la icónica figura de El cuervo regresa a la gran pantalla bajo la dirección de Rupert Sanders, conocido por proyectos visualmente llamativos como Ghost in the Shell: El alma de la máquina (2017) . En esta nueva versión, Sanders aborda la historia desde una perspectiva moderna, combinando una estética visual elaborada con acción hiperviolenta que recuerda las coreografías Gun Fu de películas como John Wick (2014) o la película coreana La villana (2017) . Aunque este enfoque apenas logra capturar los aciertos y la profundidad del material original.

La trama de El cuervo (The Crow) sigue a Eric (Bill Skarsgård) y su pareja Shelly (FKA Twigs), dos jóvenes con problemas de adicción que se conocen en un centro de rehabilitación y deciden huir juntos para empezar una nueva vida. Sin embargo, su romance se ve abruptamente truncado por una serie de eventos violentos vinculados al oscuro pasado de Shelly. Tras ser brutalmente asesinados, Eric es resucitado en un limbo habitado por cuervos, donde se le ofrece la oportunidad de emprender una misión para vengar sus muertes y liberar el alma de su amada.

En una primera lectura, El cuervo (The Crow) respeta el núcleo de la historia original, pero no se trata de un remake, sino una adaptación libre del clásico de Alex Proyas, mucho más cercana al espíritu y los eventos de la novela gráfica. El guion, escrito por Zach Baylin y William Schneider, introduce una serie de nuevas subtramas y giros narrativos con la intención de proporcionar más contexto sobre los personajes y sus motivaciones. Sin embargo, lo que podría haber sido un acierto si estuviera mejor desarrollado se convierte en el mayor defecto de la película. Estas novedades no solo resultan innecesarias, sino que también diluyen el impacto emocional de la trama.

El romance entre Eric y Shelly, que debería ser el eje emocional, carece de profundidad y autenticidad, presentando una dinámica superficial y adolescente que no logra transmitir la intensidad ni la conexión necesarias para justificar los sacrificios del protagonista. Además, la película presenta también problemas de coherencia interna, con reglas vagas sobre la resurrección de Eric y una cronología confusa que entorpece el desarrollo narrativo. En lugar de centrarse en la sencillez emocional que hizo tan poderosa a la versión original, esta reimaginación parece obsesionada con añadir cierta complejidad innecesaria a la trama, perdiendo de vista lo esencial.

Como cabía esperar en una película de Rupert Sanders, el aspecto visual de El cuervo (The Crow) es uno de sus puntos más destacados. La película está impregnada de una estética gótica estilizada, con escenarios oscuros que transmiten la sensación de melancolía y desesperación necesaria para sumergir a la audiencia en los escenarios nihilistas de la historia. Cada escena está meticulosamente diseñada, con asesinatos coreografiados que buscan tanto el impacto visual como el puramente visceral. Aunque la violencia extrema y el gore utilizados por Sanders se alejan de los códigos gótico-románticos de la película original, al menos aportan su propia identidad de terror postpunk.

Sin embargo, esta obsesión por el estilo termina jugando en contra de la película. La dirección de Rupert Sanders prioriza lo visual por encima de la narrativa, dando lugar a una experiencia fría y carente de empatía con los acontecimientos que se desarrollan en pantalla. Al final, la cuidada puesta en escena parece más un ejercicio de pretensión que una herramienta para profundizar en los temas de la historia. La elaborada estética visual se percibe más como un ejercicio de pretensión que como un recurso para profundizar en los temas de la historia. Un ejemplo claro de esto es la sangrienta secuencia del clímax en la ópera, donde la sangre y las vísceras fluyen al compás de la magnífica obertura de Robert Le Diable de Giacomo Meyerbeer. Este despliegue de violencia extrema resulta muy mecánico y parece responder más al deseo de atraer a un público ávido de este tipo de escenas que a una decisión creativa que refleje la evolución de Eric, de resucitado desorientado a despiadado justiciero de ultratumba.

En cuanto al reparto de El cuervo (The Crow), la película cuenta con un actor de renombre como Bill Skarsgård en el papel de Eric. Sin embargo, su interpretación no encaja completamente en el personaje. Aunque posee el carisma y la habilidad necesarios, no parece estar lo suficientemente involucrado en un rol mal definido que no logra desarrollar adecuadamente al amante torturado que debería ser el corazón de la historia. Por otro lado, la cantante británica FKA Twigs, sin experiencia significativa como actriz, se ve limitada en su papel. Las emociones entre los dos protagonistas resultan confusas y su química es prácticamente inexistente, muy lejos de la intensidad que Brandon Lee y Rochelle Davis aportaron en la versión de 1994. El resto del reparto, liderado por Danny Huston, está reducido a arquetipos genéricos, con villanos convertidos en malvados caricaturizados y personajes secundarios que no logran destacar.

No obstante, el principal problema que presenta El cuervo (The Crow) reside en su guion. Un guion que se siente forzado y lleno de diálogos artificiales, intentando modernizar el tono de la película para atraer a una audiencia contemporánea, pero sin éxito. A lo que se suma la falta de respuesta a la pregunta clave detrás de cualquier reinicio: ¿por qué contar esta historia en este momento? Esta falta de propósito se hace evidente en cada aspecto de la película, desde su incapacidad para ofrecer un mensaje coherente o resonante, hasta un tono melancólico exagerado que, si bien podría haber encajado con el espíritu grunge de los noventa, se siente desfasado en una época marcada por el activismo y el movimiento #MeToo.

En última instancia, El cuervo (The Crow) no consigue superar la sombra del clásico de 1994 y se materializa como otro intento fallido de revivir una franquicia que nunca debió haberse resucitado. En lugar de ofrecer algo nuevo o relevante, se conforma con ser un producto genérico y olvidable, que nunca se acerca a la carga emocional que tenía la película de Alex Proyas. Rupert Sanders rinde un homenaje de manera superficial, sin comprender lo que hizo tan especial a la versión de los noventa. Mientras que el australiano aprovechaba el tono oscuro y la violencia para explorar el dolor y la redención de Eric, Sanders filma su versión como una serie de videoclips inconexos que, lejos de centrarse en el amor verdadero que se supone que es la fuerza impulsora de la historia, lo diluye en una acumulación de escenarios vacíos.

En realidad, nunca hubo una razón innegable para hacer una nueva adaptación de la novela gráfica de James O’Barr, ni para reinventar la película de Alex Proyas, más allá de producir otro thriller de venganzas, estilizado y ultraviolento. Para los fanáticos de la película de Proyas, esta reimaginación solo se justifica como un recordatorio nostálgico de la ausencia de Brandon Lee. Y para aquellos que se acercan a la historia por primera vez no hará mucho por permanecer en su memoria o convencerlos de seguir viendo la saga, si es que hay una secuela.




terrorbit
terrorbit
Escritor y amante de cine de terror. Superfan de las películas de zombies, cuantos más zombies, mejor. Desde mis ojos, cuatro décadas viendo cine de terror os contemplan.