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Imagen por cortesía de © Anchor Bay Films | Lionsgate

#CriticadeMiedo

Megan Is Missing

Un verdadero engendro, obviamente calculado por su director y guionista con ánimo de explotar el éxito popular cosechado por la efectista combinación del subgénero del metraje encontrado y el torture porn, partiendo de la historia de siempre, sazonada con irrisorias pretensiones de denuncia social y apoyándose en la truculencia de una parte final que despierta vergüenza ajena, indignación y aburrimiento a partes iguales. Absolutamente olvidable.

Título original: Megan Is Missing (USA, 2011) Color, 89 mins.
Director: Michael Goi
Reparto: Amber Perkins, Rachel Quinn, Dean Waite, Jael Elizabeth Steinmeyer

✰✰✰✰ Megan Is Missing (2011) on IMDb


Tras el éxito popular cosechado por películas rodadas con la técnica narrativa del metraje encontrado, como El Proyecto de la Bruja de Blair (1999) de Daniel Myrick y Eduardo Sanchez o Paranormal Activity (2007) de Oren Peli, se comenzó a instaurar una retahíla de imitaciones, con mayor o menor acierto, construidas en torno a esa peculiar fórmula donde la película proyectada aparenta ser el único metraje grabado sobre los acontecimientos que conducen a los protagonistas, generalmente desaparecidos o muertos, hacia su destino. Megan Is Missing, film no estrenado oficialmente en España, pertenece a este grupo de imitadores que pretenden explotar dicha corriente, combinando el subgénero de metraje encontrado con el torture porn instaurado por Hostel (2006) de Eli Roth para aumentar la capacidad de sobrecoger al espectador del realismo metatextual del primero.

Partiendo de la historia de siempre, en la que dos jóvenes e incautas adolescentes (Amber Perkins y Rachel Quinn) terminan en las garras de un predador sexual que se hace pasar por otro joven a través de las redes sociales que frecuentan las chicas, el escritor y director Michael Goi explota la truculencia habitual de este tipo de relatos, sobre todo en el tercio final de la película, sazonando el conjunto con una irrisoria pretensión de denuncia social sobre la victimización y el sensacionalismo de crónica de sucesos que rodea la desaparición de las muchachas.

El mayor problema del debut cinematográfico de Goi es la enorme condescendencia con la que el director trata el entorno en el que se mueven las dos protagonistas, terriblemente plagado de estereotipos: desde las dos amigas, una promiscua y rebelde, víctima de abusos desde la infancia, y la otra virgen e inocente, instalada en cierta comodidad burguesa. Pasando por una extremada sexualización o la consumición casi mundana de alcohol y drogas del resto de personajes. Si suena hiperbólico refiriéndose a un grupo de niños en plena pubertad, quizás sea porque todo resulta un poco exagerado e increíble y hace que sea difícil tomarse en serio Megan Is Missing. Si a esto le sumamos que la historia, lejos de denunciar la victimización de las jóvenes, en realidad hace todo lo posible por culpar a las víctimas: Megan es sexualmente activa y Amy no se defiende cuando es continuamente acosada por el resto de compañeros de clase o es abofeteada por un chico después de que se niegue a tener relaciones, nos encontramos ante un film escabroso y enormemente deshonesto con sus supuestas intenciones. Como muestra, Megan confiesa, de manera increíblemente gráfica y con un tono que sugiere que lo disfrutó, que a los 10 años fue obligada a hacer una felación. Una actitud sospechosamente alejada de la que debería tener una víctima; sobre todo, si tenemos en cuenta que, aunque se encuentra hablando con Amy, se dirige a la cámara, o lo que es lo mismo en el lenguaje visual cinematográfico, a los espectadores.

A diferencia de los ejemplos de El proyecto de la bruja de Blair y Paranormal Activity, ambas se aprovecharon de sendas inteligentísimas campañas promocionales, a Megan Is Missing tampoco le ha sentado demasiado bien la estrategia publicitaria de anunciarla como una película basada en hechos reales y su conveniente difusión dentro de esas mismas redes sociales que supuestamente denuncia como peligrosas para los adolescentes, hace que quede en entredicho su mensaje principal. Del mismo modo, una vez que se ha pasado el grueso del metraje y nos acercamos al inevitable desenlace, la crudeza de sus últimos veinte minutos, aunque sin la violencia visual particularmente gráfica de los filmes de Roth, hace alarde de una ofensiva morbosidad que despierta vergüenza ajena, indignación y aburrimiento (hay una prolongada escena de un enterramiento en vida que no aporta nada a la historia, más allá de elevar el metraje a la académica hora y media de duración). Absolutamente olvidable.




terrorbit
terrorbit
Escritor y amante de cine de terror. Superfan de las películas de zombies, cuantos más zombies, mejor. Desde mis ojos, cuatro décadas viendo cine de terror os contemplan.