Título original: Assassination Nation (USA/CAN, 2018) Color, 108 mins.
Director: Sam Levinson
Reparto: Odessa Young, Suki Waterhouse, Abra, Hari Nef
Escrita y dirigida por el norteamericano Sam Levinson, esta película de explotación disfrazada de sátira social le sirve a su director para dar rienda suelta a un espectáculo de misoginia y apología del consumo de drogas y el sexo, que gira en torno a la historia de un grupo de amigas adolescentes que son asediadas y acosadas por una localidad entera cuando una serie de datos de la vida privada de los vecinos, incluidos el jefe de policía y el alcalde, son filtrados en las redes sociales y una de las amigas es acusada de hacerlo.
Sin alejarse mucho de los cánones del cine de explotación: abuso de las escenas de sexo o de consumo de drogas, así como la exposición de las cuatro desinhibidas adolescentes bien ligeritas de ropa mientras son literalmente molidas a golpes por sus agresores varones; San Levinson pretende colarnos un supuesto mensaje de denuncia social sobre los peligros de las redes sociales y la ira feminista derivada del eterno patriarcado. Pero, no funciona.
No funciona básicamente porque, para realizar su análisis social sobre la actitud beligerante de las mujeres jóvenes frente al machismo que impera en la sociedad, Nación salvaje y por ende su realizador, caen en todos los convencionalismos habituales que deberían evitar pero que son retroalimentadores de todo aquello que pretende denunciar. Por ejemplo, el uso sensacionalista del sexo adolescente, más para crear un ambiente escabroso que para denunciar el slut-shaming que conduce toda la trama. O ese peligroso mensaje sobre la debilidad femenina que deja entrever que una mujer mejor haría en saber defenderse por sí sola porque, de lo contrario, se convierte automáticamente en una merecida víctima. Y, con todo y con eso, por mucho que se defienda siempre será una víctima. Como se deduce de la escena surrealista de la banda de música de los créditos finales.
Dejando a un lado, lo reprochable de su mensaje o, para el caso, la cohesión narrativa. Visualmente hablando, Nación salvaje resulta fascinante. Aquí es donde Sam Levinson da el do de pecho y no duda en recurrir al uso de la pantalla dividida y otros trucos artificiosos para empaquetar su denuncia social. El neón y la sangre destacan en la fotografía del húngaro Marcell Rév, quien aunque traslada emociones vistas previamente en la saga The Purge: la noche de las bestias (2013) , incluso las amplifica con uno de los planos secuencia del asalto a una casa más impactante que la audiencia va a ver en algún tiempo.
En resumidas cuentas, Nación salvaje puede que dé en el clavo en algunas cosas, especialmente en la incursión del personaje de una mujer trans, interpretada por Hari Nef, pero su mayor problema es que lo hace desde la perspectiva equivocada y todo en base a la estética truculenta y a un desenlace catártico que termina siendo un festival gratuito de sangre y violencia, tan desagradable como exagerado, y cuya supuesta moraleja sobre el empoderamiento femenino que no es sino la excusa perfecta para hacer un film de explotación como cualquier imitador de La violencia del sexo (1978) de Meir Zarchi.