Título original: El asesino de los caprichos (ESP/BEL, 2019)
Director: Gerardo Herrero
Reparto: Maribel Verdú, Aura Garrido, Roberto Álamo, Ginés García Millán
El segundo largometraje del director y productor Gerardo Herrero es un modesto y poco original film de intriga sobre un asesino que mata a sus víctimas reproduciendo los grabados de la serie ‟Los caprichosˮ de Francisco de Goya, mientras que dos mujeres policía tratan de darle caza, al mismo tiempo que intentan conciliar sus diferentes posturas de ver la vida y sus carreras: una independiente y solitaria, la otra madre y esposa.
Como espectador sabes que un suspense de asesinos en serie se ha metido en un lío cuando el argumento gira en torno a dos detectives enfrentados entre ellos, unos crímenes escenificados de manera retorcida y varios hilos argumentales que cuelgan de la trama principal sin nada que realmente merezca la pena ver o escuchar. El mayor problema de un film como El asesino de los caprichos radica en su falta de originalidad y su enorme parecido con otras tantas películas del mismo corte filmadas en la década de los 90 y principios del siglo XXI.
Qué duda cabe, sin embargo, que El asesino de los caprichos pueda resultar entretenida para muchos espectadores, tiene cierto ritmo y un interés especial en ver a Maribel Verdú, destacar por encima de un reparto desigual y rápidamente olvidable. Del mismo modo, la trama también se apunta al desequilibrio y la desigualdad, plagada con numerosos clichés secuenciales: las inspecciones de las truculentas escenas del crimen, los eternos tiempos muertos examinando las fotos de la investigación, el momento revelación, etc.; pero al mismo tiempo dejando algunas reflexiones de denuncia social sobre el expolio privado del patrimonio artístico nacional y la amoralidad de las clases elitistas. Además, del políticamente correcto mensaje feminista que parecen tener que llevar a la fuerza todas las producciones contemporáneas, si no quieren ser tildadas de ser productos del patriarcado represor o, peor aún, de misóginas.
Gerardo Herrero además apuesta por el suspense, a pesar de que la inevitabilidad de su historia le acercaría más al lado terrorífico y a parecerse a una especie de Seven (1995) a la española, lo cual le hubiese conferido un interés aún mayor que el anodino relato policíaco, mundano y sin pretensiones, en el que termina convirtiéndose.
Como el resto de la película, Maribel Verdú y Aida Garrido forman una pareja protagonista desigual. Sus papeles de mujeres policías resultan tan estereotipados como encasillados: la primera representando a la mujer liberada y determinada, dibujada como una mujer amargada y abusiva, mientras que la otra es la abnegada madre y esposa, familiar y conciliadora. Las interpretaciones de Verdú y Garrido no se libran tampoco de tamaño nivel de ridiculez.
En definitiva, un modesto policíaco con algunos tintes terroríficos cuando gira en torno al trabajo del asesino y cuya trama principal, los asesinatos goyescos, va perdiendo interés y conexión con el resto de la historia a medida que se desarrolla la película, como consecuencia de un guión ciertamente simplón y falto de convicción.