Compositor: Bear McCreary
Discográfica: Sparks & Shadows ©2019
Duración: 11 canciones, 84 mins.
El resultado es un álbum de ochenta y cuatro minutos que no deja indiferentes a los aficionados, pues resulta una partitura inquietante y atmosférica muy en concordancia con las intenciones del film de Ciarán Foy, repletas de siniestras insinuaciones, sustos imprevistos y también de patinazos. Y digo patinazos porque, a pesar de todo el empeño de aficionado que le quiera transmitir Foy a su película, el resultado final deja mucho que desear y resulta un tanto descafeinada.
No sucede lo mismo, sin embargo con la composición de McCreary que, sin alcanzar el gran nivel desarrollado en Muñeco diabólico, incorpora con habilidad elementos electrónicos y sonidos clásicos para recrear los pasillos oscuros y encantados de esa imposible clínica ultramoderna escondida en el interior de un viejo caserón en ruinas.
Los deliberadamente lentos acordes de piano de Eli, la pista que abre el álbum y también la más destacable, ya establece el ritmo y los motivos repetitivos del resto de la partitura, creando una sombría sensación de amenaza sutil, imprecisa pero persistente como una espada de Damocles. Un estado de ánimo que se refleja en todo el álbum. El resto de pistas oscilan de un lado para otro entre las texturas electrónicas más estridentes, para acompañar los momentos de mayor tensión en la pantalla y los sustos imprevistos, y esa melodía de piano más íntima.
En definitiva, McCreary utiliza como base una película más bien genérica, cansina, tirando a irregular en el tono, pero termina componiendo una partitura muy personal, que recuerda a ratos a su trabajo en la serie The Walking Dead, cuya aspiración llega mucho más lejos que la de la propia película de Ciarán Foy.