Título original: Malasaña 32 (ESP/FRA, 2020) Color 104 mins.
Director: Albert Pintó
Reparto: Iván Marcos, Bea Segura, Begoña Vargas, Javier Botet
La primera incursión del realizador Albert Pintó en el género de horror, es también su primera película en solitario, alejado de su habitual codirector Caye Casas y del tono de comedia que siempre ha caracterizado a sus anteriores producciones, como Matar a Dios (2017) . Malasaña 32 es una sinfonía de referencias a otras tantas películas de casas embrujadas, nacionales y extranjeras, que cuenta la historia de una familia de emigrantes que se muda a un enorme piso polvoriento y abandonado para iniciar una nueva vida en el popular barrio madrileño de Malasaña, a principios de la década de los 70.
A caballo de otras producciones recientes del terror patrio, como Verónica (2017) de Paco Plaza, y de conceptos vampirizados de otros filmes de terror sobrenatural más interesantes como Insidious (2010) , Mama (2013) o, incluso, Expediente Warren: el caso Enfield (2016) , su trama nos remonta a la nostalgia de épocas menos complejas de vivir, donde la mayor amenaza que podemos experimentar es la presencia de una fuerza invisible de origen sobrenatural que se manifiesta en pasillos oscuros y decrépitos, donde el crujido de las tablas de madera del suelo o las poleas de una cuerda de tender es tan estruendoso como los gritos de sobresalto de sus protagonistas.
Malasaña 32 no es especialmente una buena película de fantasmas y sus numerosas referencias tampoco la ayudan demasiado, pues resultan demasiado manidas y arquetípicas. Incluso, el maléfico espíritu interpretado por Javier Botet tiene ese aura familiar de visto en numerosas ocasiones. Pero tampoco es tan mala. Cuenta con algunos momentos de terror bien conseguidos y además conlleva un mensaje social donde la familia sufre las vicisitudes del imparable éxodo rural hacias las promesas vacías de la gran ciudad y ese rechazo tan absolutamente religioso hacia las madres solteras, vivido durante la Posguerra y la Transición españolas. Lástima que estos conceptos queden apenas explorados, a pesar de que Pintó se empeña en subrayar infinitamente todo lo subrayable, porque hubiese resultado un film mucho más interesante. Como queda demostrado en ese uso de la enfermedad y la aberración como epicentro de donde surgen los momentos de horror más destacables, en la figura de la hija discapacitada y médium de una Concha Velasco que no se veía en pantalla grande desde hacía un lustro.
Por otro lado, cabe destacar especialmente el apartado de la ambientación y la dirección de arte, donde los espacios del piso embrujado son diseñados con esmero y un cuidado por los detalles casi obsesivo. Los crucifijos, las fantasmagóricas fotografías enmarcadas que cuelgan de las paredes de empapelados barrocos, los cabeceros de las camas, todo ello evoca a la perfección esa época tan cañí en la que se desarrolla la acción.
En definitiva, Malasaña 32 es una historia de fantasmas y casas embrujadas al uso, que cuenta con una factura tan impecable como anodino resulta su guion, que más bien parece un mash-up de escenas y tropos del subgénero: niño que habla con la tele, estancias en penumbra, medium salvadora y Botet interpretando a otra de sus criaturas de huesos quejumbrosos. Cuyo desenlace, lejos de justificar los acontecimientos, evidencia todas y cada una de sus flaquezas narrativas.