Tribal: Get Out Alive (2020)
Tribal: Get Out Alive (Crítica de cine)
agosto 17, 2020
Seoul Station (2016)
Train to Busan 2: Península tendrá una precuela de animación
agosto 23, 2020

Imagen por cortesía de © Warner Bros. Home Entertainment

#CriticadeMiedo

La tercera entrega de «Deep Blue Sea (1999)», sobre un grupo de tiburones modificados genéticamente sembrando el terror en mar abierto, es una horripilante película de tiburones asesinos, sin ningún tipo de coherencia, más allá de torturar al espectador con una sucesión de ataques de tiburones supuestamente impactantes, de estética de CGI cercana a la franquicia «Sharknado», lo cual ya da una idea de su ínfima calidad, y con una total ausencia del sentido de la acción o del suspense.

Título original: Deep Blue Sea 3 (USA, 2020) Color, 100 mins.
Director: John Pogue
Reparto: Tania Raymonde, Emerson Brooks, Bren Foster, Nathaniel Buzolic

★✰✰✰ Deep Blue Sea 3 (2020) on IMDb


Para aquellos que se perdieron la anterior secuela, no se preocupen, la tercera secuela de Deep Blue Sea (1999) sigue el hilo argumental de sus predecesoras tan solo en la presencia de los tiburones y poco más. Dirigida por John Pogue y protagonizada por algunos rostros de serie-B reconocibles como Tanya Raymonde o Bren Foster, cuenta la historia de un grupo de biólogos marinos que investigan el calentamiento global en una antigua isla artificial de pescadores y que son atacados por varios tiburones toro modificados genéticamente. La llegada de un barco desconocido que parece seguir la estela de los tiburones, traerá como consecuencia que los biólogos tengan que enfrentarse no solo a los tiburones, sino también a unos asesinos, si cabe, aún más peligrosos.

Resulta curioso que uno de los films sobre tiburones más referenciales del género, después del Tiburón (1975) de Steven Spielberg y del aluvión de imitaciones italianas y previo al revival que ha sufrido el subgénero tras el estreno de Open Water (2003), que ayudó a mantener al tiburón como ese aterrador arquetipo jungiano que propusiera Spielberg, haya degenerado en unas secuelas tan carentes de emoción e interés como son Deep Blue Sea 2 (2018) y Deep Blue Sea 3.

John Pogue no es reconocido precisamente por su labor directorial, más bien por su faceta de escritor bajo la cual ha firmado algunos éxitos tan reconocibles como U.S. Marshals (1998) o Ghost Ship (Barco fantasma) (2002) , con todo nos ha dejado también la más que interesante El estigma del mal (2014) , donde una principiante Olivia Cooke nos sobrecogió en la butaca. Sin embargo, en Deep Blue Sea 3 tiene un trabajo muy por debajo del estándar, mezclando torpemente la acción con las escenas CGI de ataque de tiburones, que recuerdan más a la infame saga de Sharknado (2013) , que a un clásico del cine de serie-B como el original de Renny Harlin. Lo mismo se podría decir del guionista Dirk Blackman, quien firma un libreto sin ningún tipo de desarrollo o profundidad, más allá de regresar al arquetipo de la heroína sufrida y resiliente, que tan maravillosamente construyera Saffron Burrows en el film de Harlin y que tan horriblemente mal interpreta Tanya Raymonde, cuyo personaje resulta ser poco más que una mujer agresiva y prepotente.

Resulta muy decepcionante que, en pleno auge del subgénero, aún tengamos una secuela de Deep Blue Sea tan terriblemente mala. Es cierto que supera en calidad a su predecesora, incluso Pogue se las arregla para conferir cierta atmósfera a base de saturar la gama cromática y añadir cierta granulosidad a sus imágenes, y que además carga con algunos mensajes sociales como la denuncia del comportamiento amoral de las grandes empresas farmacéuticas o esa heroína empoderada, cumpliendo con los cánones del feminismo contemporáneo. Pero aún así, los espectadores están en su derecho de esperar mucho más del guionista de Outlander (2008) y el director de El estigma del mal.

En definitiva, Deep Blue Sea 3 es otra secuela fallida, que nadie ha pedido, cuyo guión nunca trata de profundizar demasiado en los personajes o la trama y que se limita a torturar al espectador con diálogos ridículos y abiertamente cursis, grandes explosiones que no aportan nada más allá de ser meros fuegos de artificio, casas que se hunden y actores que corren de un lado para otro sin un rumbo definido. El sinsentido es tal que en un cierto momento parece que estuviésemos viendo uno de esos espectáculos de parque temático, en plan Parque Warner. Lo mejor es que, cuanto más se acerca al clímax, más extravagante se vuelve y, al menos, un ataque de tiburón nos deja riendo incluso después de pasado algún tiempo.




terrorbit
terrorbit
Escritor y amante de cine de terror. Superfan de las películas de zombies, cuantos más zombies, mejor. Desde mis ojos, cuatro décadas viendo cine de terror os contemplan.