Título original: Antebellum (USA, 2020) Color, 105 mins.
Director: Gerard Bush, Christopher Renz
Reparto: Janelle Monáe, Jack Huston, Jena Malone, Eric Lange
La ópera prima de los directores Gerard Bush y Christopher Renz tiene un contexto muy similar al de Déjame salir (2017) de Jordan Peele, es decir, es un black horror de denuncia social producido en una situación temporal en la que el racismo negro sufre una extremada polarización. Por un lado, los ciudadanos afroamericanos padecen evidentes microrracismos benignos en su cotidianidad que son producto, más que del odio, del acondicionamiento social y del rechazo hacia la discriminación directa. Pero, por otro, son víctimas de la violencia y la discriminación xenófoba más execrable.
Antebellum, al igual que Déjame salir, hace hincapié en mostrar ambas situaciones; pero, sin embargo, contiene una denuncia más gruesa en su discurso que el film de Jordan Peele. Su artificioso planteamiento estructural, que juega con dos ambientaciones narrativas muy diferentes, esboza a la perfección ese dualismo existente en el racismo contemporáneo. La pasividad mostrada por la sociedad y su falta de sensibilización hacia las sutiles expresiones de discriminación del racismo encubierto es mostrada en la vida real de la protagonista: una activista afroamericana que, el mismo día en que presenta un libro sobre reivindicación racial y feminismo, sufre resignada varios microrracismos, hasta el mismo instante en el que es secuestrada por un grupo de supremacistas blancos. Es entonces, cuando Bush y Renz cargan contra la xenofobia sin contemplaciones y enseñan una violencia racial extrema, sufrida por el mismo personaje, trasladado a la época de la esclavitud del siglo XIX y fenomenalmente remarcado por una partitura machacona y estridente.
Sin duda, si uno llega a la película sin demasiada infoxicación, su mayor cierto es precisamente ese artificio estructural que guía al espectador a pensar que está viendo una película de época para luego saltar al presente y contar la verdadera historia de la protagonista. Un truco ya empleado por M. Night Shyamalan en El Bosque (2004) pero de alguna manera invertido, donde el escenario aislado y sustraído del contexto temporal no es un lugar donde sentirse protegido, sino de dolor y sufrimiento. Desgraciadamente, esta misma virtud es su peor defecto pues genera dos películas en una. Aunque Bush y Renz utilizan a discreción ciertos códigos del cine de terror distópico para recrudecer su mensaje político, clasificar esta película dentro del género de terror parece ser un error. De ahí la general sensación de decepción que sufre la audiencia cuando concluye el visionado, por mucho que los últimos veinte minutos se centren en una venganza que, aunque justificada, tampoco resulta demasiado impresionante.
Cabe destacar la calidad en la puesta en escena que Bush y Renz aportan a la producción, comenzando por un hermoso plano secuencia de apertura y terminando por la secuencia en cámara lenta del final. Y el esforzado trabajo interpretativo de la cantante Janelle Monáe en el papel de la empoderada y exitosa protagonista afroamericana que es arrancada de su entorno social para trasladarla a otro mucho más denigrante y amenazador.
Las expectativas generadas por Antebellum auspiciaban un film de cuidada realización, muy atmosférico, y cuya premisa lograse trascender los límites del género con un discurso antirracista muy oportuno, poderoso y aterrador. Algo muy parecido a lo que consiguiera Jordan Peele: un thriller de terror velado, si no en su forma, en sus elementos discursivos, con una estructura narrativa basada en los giros dramáticos, y una riqueza visual considerable. En definitiva, quizás debido a los continuos retrasos de su estreno que crearon una impagable expectación, lo cierto es que los espectadores esperaban ver una de las grandes sorpresas del año, por muy contradictorio que esto sea.
Lamentablemente, no todas esas promesas se cumplen y mucha de la culpa la tiene el hecho de dedicar tres cuartas partes de la misma a un superficial tratamiento de la esclavitud, para después dar una cabriola narrativa que no termina de encajar del todo. La escena en el restaurante, donde una de las amigas de la protagonista pretende desquitarse locuazmente del supuesto microrracismo de un cliente, lejos de ser una muestra del empoderamiento feminista afroamericano, se convierte en un burdo y perverso ejemplo de abuso verbal. En definitiva, un interesante film de denuncia social, para nada terrorífico, que se desinfla por completo en cuanto llega la parte importante de la historia por culpa del tratamiento, tan superficial como contundente, que presenta de la violencia xenófoba.
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