Título original: Candyman (USA, 2021) Color, 91 mins.
Director: Nia DaCosta
Reparto: Yahya Abdul-Mateen II, Teyonah Parris, Nathan Stewart-Jarrett, Colman Domingo
Nia DaCosta es una realizadora desconocida para el gran público que se convirtió en la elegida por el galardonado cineasta Jordan Peele para trasladar a la gran su pantalla su particular modernización de Candyman, el dominio de la mente (1992) de Bernard Rose, a su ver adaptado de un relato corto de Clive Barker. Esta moderna revisitación, que rinde homenaje al original pero sin perder su identidad propia, adapta la leyenda urbana de Candyman, un vengativo ser fantástico que aparece cuando se pronuncia su nombre cinco veces frente a un espejo, para llevarla al terreno de la denuncia social tipo #BlackLivesMatter, y mover la historia a un barrio de vivienda social de Chicago donde un artista que busca inspiración para su nuevo proyecto se topa con la leyenda de Candyman, para acabar obsesionándose con ella y desatar una aterradora ola de violencia.
El terror afroamericano o black horror está gozando de un momento de esplendor estos días. Las películas del propio Jordan Peele, aquí en labores de producción y guión, la interesante Cámara policial (2020) crítica de Malik Vitthal o Casa ajena (2020) crítica del británico Remi Weekes son buena muestra de ello. No se trata de películas que simplemente adaptan un tipo de historia universal incorporando actores de color, sino que son escritas específicamente para el público objetivo al que se dirigen. Si en la versión de Bernard Rose, el mito de Candyman se utilizó para reflejar metafóricamente el pasado esclavista de los Estados Unidos, ahora la historia se mueve en un universo de desigualdad, opresión social y violencia racial contemporáneo, que conecta con el discurso activista de los filmes mencionados y con esa profunda rabia, incrustada en sus fotogramas, hacia una sociedad que trata a los afroamericanos como monstruos.
De una fuerza visual poderosa, cuidada al milímetro a través de un amplio espectro de elegantes encuadres, sofisticados movimientos de cámara y rebose artístico, esta modernización se convierte en una película fascinante, que quizás carezca la dosis habitual de sobresaltos que maneja el género más convencional, pero no por ello se siente un ápice menos terrorífica. DaCosta maneja con habilidad los elementos tradicionales: escenas de gore elevado, cosas que emergen repentinamente de la oscuridad, la intensa partitura, etc. para crear un ambiente opresivo y escalofriante que atrapa al espectador y lo asusta en los momentos adecuados. Cabe destacar, por ejemplo, una escena en un ascensor y un interesante juego de espejos con gotas de sangre que crean su propio horror dentro del horror.
Candyman, en comparación con el resto de iconos del horror cinematográfico moderno, no sale bien parado; siendo más una especie de justiciero que un villano, no es de extrañar. El film de DaCosta no va a contribuir a cambiar esto, el origen de su Candyman no es sino un producto de la brutalidad policial, nada queda del romanticismo de la historia original y su amor interracial. Y tampoco aclara por qué se aparece cuando se repite su nombre frente a un espejo para destripar a quien lo hace, sea cual sea el color de su piel. A pesar de todo, el argumento se sigue con interés gracias sobre todo a su potencia visual y a la elegancia en su narración, aunque introduzca varios arcos narrativos que no explora completamente, como la posición de los artistas afroamericanos frente a una industria eminentemente caucásica y su utilización insincera de la opresión y la desigualdad como propuesta artística.
En definitiva, una sustanciosa reimaginación de la leyenda urbana de Candyman que invita a la reflexión, a pesar de caer en cierta redundancia incómoda y en un final que subvierte las propias reglas que DaCosta ha planteado a lo largo del metraje. Repleta de imágenes inquietantes, tensiones ante el espejo que abren paso a un horror a cuenta gotas, pero horror al fin y al cabo, que aunque no escatima en sangre, rehúye del efectismo convencional y aporta soluciones imaginativas tan visuales como efectivas. Un film que, quizás no revitalice el mito del asesino del garfio, pero no dejará indiferentes a propios y extraños al género terrorífico. Además cuenta con cameos de Tony Todd, el Candyman original, y de Vanessa Williams.