Título original: La abuela (ESP, 2021) Color, 100 mins.
Director: Paco Plaza
Reparto: Almudena Amor, Vera Valdez, Karina Kolokolchykova, Marina Gutiérrez
El retorno del valenciano Paco Plaza al género fantaterrorífico que le vio nacer, cinematográficamente hablando, con El segundo nombre (2002) y alcanzar el éxito cinco años más tarde con [REC] (2007) , con un filme melodramático de corte terrorífico que trata de acercarse al drama social sobre la dependencia de los ancianos y el deterioro senil, en clave femenina. Sobre una joven y exitosa modelo (Almudena Amor) que tiene que dejar París, para viajar a la ciudad de Madrid, donde su abuela (Vera Valdez) acaba de sufrir un derrame cerebral, y hacerse cargo de su cuidado día y noche. Pero, algo decididamente siniestro se oculta entre las paredes de la vieja casa de la abuela y que pronto comenzará a poner a prueba su cordura.
Escrita por Paco Vermut, un galardonado y pretencioso autor indie de novelas gráficas, cuya artificiosidad se destila a lo largo de toda la película, La abuela es un film claustrofóbico, de tono granguiñolesco, que en muchos momentos recuerda, por un lado, a La visita (2015) de M. Night Shyamalan, otro melodrama terrorífico donde la figura de los abuelos es tratada desde un prisma decididamente aterrador, y por otro lado, a la australiana Relic (2020) crítica de Natalie Erika James, en la cual también se establecen ciertos paralelismos entre la decrepitud del hogar y el deterioro físico y mental de una anciana. Ambas, mejores películas, inspiran a Paco Plaza para presentar una historia que bascula entre la ternura y la truculencia gratuita, con una efectividad muy ramplona, que se queda corta. Por si fuera poco, hay algo también muy polanskiano, en ese aire opresivo pesadillesco en el que se desenvuelve la historia, con la abuela que no termina de morirse y la nieta que no acaba de poder regresar a su vida de fiestas y oropeles. El quimérico inquilino (1976) , sobre todo, pero también La Semilla del diablo (1968) se asoman fácilmente a la memoria en varios de los momentos clave de La abuela.
Presentada en el marco del Festival de Sitges de 2021, la película de Paco Plaza no termina de cuajar en su mensaje sobre lo doloroso de presenciar en primera persona los estragos de la vejez (una vejez como fealdad grotesca, casi monstruosa), y ese tétrico miedo a morir inherente en todos los seres humanos. Ya sea porque, actoralmente hablando esté descompensada y el excepcional trabajo de Vera Valdez no se vea correspondido con el de la joven Almudena Amor, más hierática que otra cosa. O ya sea porque todos los esfuerzos del guión por parecer terrorífico no se vean del todo representados en la pantalla, a pesar de tener algunos momentos genuinamente inquietantes.
Si bien es cierto que Plaza vuelve a demostrar un notable dominio de los recursos y tropos cinematográficos propios del género de terror, donde el ritmo parsimonioso (que no será del agrado de todos los espectadores) resulta perfecto para construir la atmósfera enclaustrada del apartamento, donde cada esquina desprende la necesaria sensación de amenaza. Aquí el trabajo del director de fotografía Daniel Fernández Abelló resulta clave para el estilo visual de la película, dado que los escasos momentos de impacto se encuentran fuera de campo o escondidos entre las sombras. El mayor problema de La abuela reside en su falta de capacidad para asustar, algo muy importante si nos encontramos ante un film de terror, y en el fracaso de su supuesta sorpresa final, fácilmente discernible por el espectador que haya estado mínimamente atento en los primeros minutos del metraje. Persiste, además, cierta frialdad milimétrica en La abuela, como si Plaza estuviese más centrado en hacer un ejercicio de estilo autoconsciente del género en el que se mueve y en no dejar nada al azar que en verdaderamente entretener al espectador.
En resumidas cuentas, un melodrama terrorífico imperfecto que trata de subvertir bajo el prisma del horror la figura de los ancianos y las obligaciones familiares que conlleva su progresivo deterioro físico y mental, donde nada es lo que parece y donde el tour de force actoral entre la pareja protagonista se queda tristemente en un par de momentos intencionadamente truculentos y poco más.