Título original: Lobo feroz (ESP/URU, 2023) Color, 106 mins.
Director: Gustavo Hernández Ibáñez
Reparto: Adriana Ugarte, Javier Gutiérrez, Rubén Ochandiano, Antonio Dechent
Cuando en 2013, Quentin Tarantino mencionó a una humilde producción israelí como el thriller de suspense que más le había gustado ese año, poco podríamos imaginar que Big Bad Wolves , de los directores y escritores Aharon Keshales y Navot Papushado, se iba a convertir en un descubrimiento para el gran público. La quinta película de Gustavo Hernández Ibáñez, cuyo debut como cineasta con La casa muda (2010) , un film de terror rodado en formato de una sola toma continua, le valió el reconocimiento internacional, se trata de un remake de ese intenso thriller israelí, convertido a la postre en película de culto.
Lobo feroz comienza con una intrigante escena de apertura en un club de alterne donde un hombre (Rubén Ochandiano) está siendo interrogado por un inspector de la Guardia Civil (Javier Gutiérrez) en relación con la desaparición de una niña en el bosque. Pronto descubrimos que el hombre es un introvertido profesor de música y, además, el principal sospechoso del inspector, cuyos métodos poco ortodoxos le han apartado del caso. Todo se complica cuando aparece el cadáver decapitado de la niña y su ex convicta madre (Adriana Ugarte) los retiene a ambos en el sótano de una casa, decidida a tomarse la justicia por su mano. La convergencia de estos tres personajes dará lugar a una larga noche de torturas y venganzas.
Siguiendo las pautas habituales del género policíaco y con referencias notables a Prisioneros (2013) de Denis Villeneuve o la canadiense Les 7 jours du talion (2010) de Daniel Grou, ambas producciones que disertaban sobre los límites morales de la máxima «el fin justifica los medios» y la deshumanización de la venganza, los guionistas Juma Fodde y Conchi del Río siguen más o menos al pie de la letra la senda del turbio argumento del film israelí, aunque cambian el género de un personaje principal y rebajan buena parte del humor negrísimo con el que Keshales y Papushado salpicaron su historia, que aquí se limita a asomar en la secuencia de apertura y poco más. También suavizan la enorme carga de violencia explícita empleada en las secuencias de tortura del original, muy cercanas incluso al subgénero denominado torture porn que popularizasen películas como Hostel (2005) o Saw (2004) .
Pensada a priori como un retrato descarnado y cruel de la pedofilia y la venganza, Lobo feroz no funciona en este respecto. Su potente mensaje moral se diluye rápidamente cuando se juntan los tres personajes principales. El impactante personaje dibujado por Adriana Ugarte, una madre coraje vengativa y desquiciada, cuya violencia psicológica resulta más interesante que la física, no es aprovechado en absoluto por el cineasta uruguayo. Y lo mismo sucede con las supuestas ansias de venganza de Javier Gutiérrez, un excelente actor que no parece compartir el tono de horror impregnado por Ugarte y se limita a hacer un papel cliché de policía canalla, que pronto se convierte en un personaje secundario. Sin embargo, es Rubén Ochandiano quién con su ambigua interpretación del supuesto pederasta es capaz de conferir a la película el desconcierto necesario para seguir jugando con los dilemas morales que pretende transmitir la historia.
El mérito del film original consistió en hacer que el cóctel de mensaje social, humor negro y gore funcionase de manera precisa y eficaz, haciendo que en muchos momentos el espectador se encogiese con una sonrisa interrumpida en la cara ante la abrupta irrupción de violencia hemoglobínica, mientras se debatía angustiado sobre la dudosa moralidad de sus personajes, cada cual mostrando un grado mayor de sadismo. Desafortunadamente, el nuevo guion se muestra descompensado y errático, introduciendo innecesarios elementos narrativos que solo sirven para estirar la trama de manera irritante, como la estrafalaria aparición del abogado interpretado por Fernando Tejero o la estereotipada investigación de la pareja de inspectores, y sacar la acción del espacio cerrado del sótano, disminuyendo con ello el factor claustrofóbico y todas esas jugosas promesas de tortura que nunca llegan a producirse. En esta parte, además, la irregular dirección de Gustavo Hernández amortigua considerablemente la tensión, intercambiando escenas de diálogos interminables con incongruentes idas y venidas al sótano por parte de Ugarte y un par de momentos de tormento.
Lobo feroz es un thriller del montón que apenas consigue distinguirse de tantas otras películas similares por la crudeza gráfica de algunas de sus imágenes de tortura, que tampoco resulta para tanto si la comparamos con su homóloga israelí, y en el que sorprende la diferencia tonal entre sus pasajes y el desaprovechamiento de los escasos set pieces de horror que propone: el descubrimiento del cuerpo de la niña, la tortura, etc. Lo cual no deja de ser extraño tratándose de Gustavo Hernández Ibáñez, un director que se ha labrado cierta reputación internacional dentro del marco del género terrorífico y que lo termina enseñando en el desenlace. Un clímax duro y sorprendente, pero por los motivos equivocados.
En definitiva, un genérico thriller de venganzas, con algunos momentos de torture porn, que muy probablemente sea más recordado en el futuro por el notable cambio físico e interpretativo de Adriana Ugarte que por otra cosa.