Título original: Evil Dead Rise (USA, 2023) Color, 97 mins.
Director: Lee Cronin
Reparto: Lily Sullivan, Alyssa Sutherland, Morgan Davies, Grabrielle Echols
Una década más tarde de que Fede Álvarez rodase el fantástico remake del clásico de Sam Raimi, Posesión infernal (1981) , el director y guionista de origen irlandés Lee Cronin, quien se diera a conocer internacionalmente con su ópera prima Bosque maldito (2019) crítica, es el encargado de dirigir la quinta entrega de la saga Evil Dead que, sorprendentemente, se pensó como una producción original de HBO Max y finalmente acabó siendo estrenada en las salas de cine.
Retomando el hilo conceptual de lo propuesto por Fede Álvarez pero alejándose radicalmente de lo visto anteriormente, Posesión infernal: El despertar traslada la acción de la franquicia, siempre encerrada en las cuatro paredes de una cabaña en los bosques sureños de Tennessee, a un destartalado bloque de apartamentos condenado por la gentrificación urbana, donde una familia que no está pasando una buena racha, se enfrenta a fuerzas maléficas cuando un terremoto desentierra un libro maldito junto a unos discos de vinilo, ocultos en el garaje del edificio, que al reproducirse liberan un mal ancestral que se apodera de la madre (Alyssa Sutherland) convirtiéndola en un monstruo sediento de sangre. A partir de este momento, comienza una lucha por la supervivencia en la que la hermana (Lily Sullivan) y los tres hijos de la poseída, tratarán por todos los medios de mantenerse con vida, ante todo un despliegue de violencia exagerada, muertes salvajes y hemoglobina a raudales.
Tras un espectacular prólogo, que sitúa la trama como parte integrante de la saga Evil Dead, y mudar la acción a un entorno urbano, resulta evidente que la reformulación de Lee Cronin trata de buscar su propia personalidad, pero sin olvidarse de que es parte integrante de una diégesis que ha perdurado durante cuatro décadas, consciente en todo momento de sus reglas y su mitología. Es por ello que Posesión infernal: El despertar ostenta cierta fidelidad al espíritu original de la franquicia o, más bien, a los elementos más característicos con los que Sam Raimi identificó al Mal invisible que se apoderaba de sus personajes: los asombrosos movimientos subjetivos de cámara, el magnetófono que contenía la invocación (ahora convenientemente reconvertido a varios discos de vinilo), el viejo reloj de pared, la baraja de cartas etc.) y recurre convenientemente a los sucesivos excesos truculentos que derrochaban los precedentes de Raimi (no en vano, la cantidad de litros de sangre artificial usados en la película, revelada por el propio Cronin, produce escalofríos por sí sola).
Con todo ello, y aunque padezca de ciertos convencionalismos, esta nueva entrega ha sabido integrar las claves esenciales de la saga e incluso reforzarlas: el uso del sonido, los espacios claustrofóbicos y ese tour de force de resistencia física al que se someten los protagonistas aumenta considerablemente la tensión. Además, la presencia de los niños introduce un nivel de crueldad y sadismo inexistente hasta el momento en la saga. Sostenida, sobre todo, por una actuación brillante y desquiciada de la australiana Alyssa Sutherland, quien va de menos a más, en su papel de monstruosa madre poseída, capaz de hacer cualquier cosa por acabar con la vida de sus vástagos y la de su hermana, mientras suelta verdades que toda madre ha murmurado en voz baja alguna vez y se burla de sus hijos con frases como «Mamá está con los gusanos ahora». Lo que la convierte en la poseída más memorable de la saga (que en el folclore ficticio de Evil Dead, reciben el nombre de «Deadites»), por encima incluso de Lou Hancock (Terroríficamente muertos, 1987 ) y Jane Levy (Posesión infernal, 2013 ).
Posesión infernal: El despertar es una orgía de violencia hiperbólica con mutilaciones, transformaciones impactantes y escenas que mezclan gore y humor bizarro, pero sin caer en el tono splatstick que caracterizó a la saga en la etapa de Sam Raimi. Pero también encierra un mensaje social sobre los sacrificios de la maternidad y las familias desestructuradas, con el que Cronin compensa todos los excesos de terror corporal y nihilismo en grado superlativo a los que somete a la audiencia. Su guión, de una sencillez lineal acorde con las expectativas de los aficionados conocedores de la historia anterior, recorre todos los pasos correctos para volver a resucitar el Mal primigenio contenido en el infame Necronomicon ex mortis o «Libro de los muertos» y desarrollarlo en todo su brutal esplendor, pero además introduce la relación entre Sutherland y Sullivan, ambas víctimas de asfixiantes desequilibrios emocionales, derivados de su maternidad pero por motivos muy diferentes, que hacen que ambos personajes jueguen un papel central en la trama. Al menos, hasta que lo grotesco y el gore hacen su aparición y el guión se olvida de cualquier otro aspecto narrativo que no sea la destrucción y la exposición de vísceras, hasta su conclusión en un clímax ciertamente paroxístico y una criatura nunca percibida anteriormente en ninguna entrega de la saga. Otro ejemplo de la liberación de Lee Cronin a la hora de repetir esquemas.
En definitiva, Posesión infernal: El despertar es una película ultraviolenta y desmarcada del concepto de terror mainstream, con el ritmo alocado y la truculencia que caracterizó a la trilogía de Sam Raimi. Una más que digna entrada en la franquicia, hábilmente calculada para satisfacer tanto a los incondicionales de Evil Dead, como a quienes no conozcan la mitología de la saga y busquen emociones fuertes, pero no tanto a los débiles de estómago. Quedáis advertidos.