Título original: Blood (USA, 2022) Color, 108 mins.
Director: Brad Anderson
Reparto: Michelle Monaghan, Skeet Ulrich, Finlay Wojtak-Hissong, June B. Wilde
El cine de terror ha explorado el vampirismo de diversas maneras a lo largo de los años. Tradicionalmente, la figura del vampiro solía representarse con el arquetipo de un no-muerto que bebía la sangre sus víctimas, generalmente femeninas. Un ser de aspecto seductor, ávido de sangre y altas dosis de libido, como metáfora del puritanismo religioso y la represión sexual, hasta que en la década de los setenta, el realismo llegó al género, dando paso a nuevas interpretaciones. De este modo, entre deconstrucciones y reinvenciones, el vampirismo se alejó de las convenciones sobrenaturales, explorando narrativas más naturalistas y distanciándose de la representación tradicional del vampiro en el cine.
Reconocido con el premio Màquina del Temps en la reciente edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges por su contribución en el cine de terror, Brad Anderson explora la vertiente naturalista del vampirismo en su última película. La trama de Blood de Brad Anderson entrelaza con acierto temas como las cargas emocionales de la maternidad, el vampirismo y las repercusiones de una enfermedad incurable.
Blood de Brad Anderson se inicia como un drama familiar centrado en Jess (Michelle Monaghan), una joven enfermera con problemas de adicción, que se enfrenta a un doloroso proceso de divorcio y una disputa por la custodia de sus hijos. En un intento de comenzar de nuevo, Jess se muda con sus hijos (Finlay Wojtak-Hissong y Skylar Morgan Jones) a la apartada granja familiar. Sin embargo, un grave accidente lleva al hijo menor al hospital después de que su perro se infecte con un misterioso virus y le ataque violentamente. A partir de este momento, Jess se ve obligada a tomar decisiones cada vez más extremas para salvar la vida de su hijo y evitar que su exmarido (Skeet Ulrich) obtenga la custodia definitiva.
Brad Anderson es un veterano del cine de horror, conocido por obras como Session 9 (2001) , El maquinista (2004) o Fractura (2019) crítica, que basa su idea del género en lo emocional sin descuidar la acción ni los sustos. Y, partiendo de un guión original de Will Honley, en Blood de Brad Anderson rompe con la tradición vampírica y propone la noción de un bebedor de sangre infantil que vive en un entorno bucólicamente rural y protegido en todo momento por una madre coraje que hará todo lo humanamente imaginable por su hijo, aunque en el fondo sepa que todo ello resultará inútil muy rápidamente.
Existen varias lecturas posibles para una película como Blood de Brad Anderson, situada entre el drama familiar y el suspense de terror que no cuenta una historia de vampirismo entendida en términos usuales. Anderson vincula el vampirismo a una enfermedad de transmisión por animales, eliminando cualquier posibilidad de elementos fantásticos o metafísicos. Esto permite que un personaje como Jess, siendo una enfermera acostumbrada a tratar con pacientes y enfermedades, no tenga dudas a la hora de robar plasma o de alimentar a su hijo con su propia sangre, en la esperanza de mejorar su condición, a pesar de que lo más sensato hubiera sido mantenerlo bajo observación médica.
Aunque bien encaminada, la trama de Blood de Brad Anderson sigue un curso predecible diseñado principalmente para avanzar la historia y poco más. Sin embargo, se ve desafortunadamente socavada por el fracaso del director a la hora de afrontar y resolver su propia racionalización del mito vampírico. Anderson presenta al niño vampiro como un antipático monstruo en ciernes, incapaz de contenerse ante la imperiosa necesidad de alimentarse. Y que sorprendentemente se comporta de manera relativamente normal después de haberse alimentado. Y, por desgracia, las dos caracterizaciones tienden a excluirse mutuamente, generando una cierta incongruencia en la narrativa.
Como ocurriera con el remake norteamericano de Déjame entrar y más aún con su adaptación a la pequeña pantalla, creada por Andrew Hinderaker para el canal Showtime, el gancho inocencia-horror del niño vampiro funciona a intervalos y en realidad no infunde mucho miedo. Está poco desarrollado y no resulta del todo demasiado satisfactorio. La fortaleza real de Blood de Brad Anderson reside en su otro tema principal: la protección que una madre brinda a sus hijos en un momento de vulnerabilidad, y cómo esto se convierte en una tarea emocionalmente exigente. Michelle Monaghan, quien rara vez vacila al interpretar los momentos más intensos de la historia, se destaca como el verdadero valor añadido de la película.
En resumidas cuentas, Blood de Brad Anderson busca ser un drama de terror que plantea al espectador situaciones imposibles del tipo: ‘¿hasta dónde llegarías tú?’, todo ello disfrazado de película de vampiros. Sin embargo, no logra cautivar en ninguno de estos aspectos. El retrato de la familia disfuncional de Jess resulta demasiado estereotipado y sus decisiones cada vez más inverosímiles. Y, exceptuando una escena que Anderson no se atreve a llevar demasiado lejos y que hubiera fascinado a los aficionados más morbosos, la película carece de la tensión necesaria para destacar dentro del género.