Título original: Longlegs (USA/CAN, 2024) Color, 101 mins.
Director: Osgood Perkins
Reparto: Maika Monroe, Blair Underwood, Alicia Witt, Nicolas Cage
El género del suspense policiaco ha experimentado una significativa transformación a lo largo de las décadas, especialmente con la aparición de películas icónicas como El silencio de los corderos (The Silence of the Lambs, 1991) y Seven (Se7en, 1995) . Películas que redefinieron el enfoque del género hacia una exploración más oscura y psicológica de la mente criminal, adoptando un tono más cercano al cine de terror que al de las clásicas investigaciones policiales.
Antes del surgimiento de estos thrillers de asesinos en serie, salvo contadas excepciones como Psicosis (Psycho, 1960) o Frenesí (Frenzy, 1972) , el cine policiaco se centraba principalmente en la resolución de crímenes mediante la lógica y la deducción, con detectives heroicos que desentrañaban misterios en un mundo donde el bien y el mal estaban claramente delineados. Sin embargo, Seven y El silencio de los corderos añadieron una nueva dimensión al género, presentando antagonistas con motivaciones profundamente psicológicas y perturbadoras. Estas películas no solo mostraban la brutalidad de los crímenes, sino que invitaban al espectador a adentrarse en la mente del asesino, creando una experiencia cinematográfica más intensa y visceral.
La influencia de estas películas se ha extendido a lo largo de los años, inspirando a una nueva generación de cineastas a explorar los aspectos más oscuros de la naturaleza humana y a desafiar las convenciones del thriller policiaco. Un ejemplo de ello es Longlegs, un intenso y escalofriante film de suspense con elementos de ocultismo dirigido por Osgood Perkins (curiosamente el vástago de Anthony Perkins, inolvidable Norman Bates en Psicosis).
La trama de Longlegs se desarrolla en torno a Lee Harker (Maika Monroe), una agente del FBI recién graduada, cuyas habilidades intuitivas la llevan a investigar una serie de macabros homicidios perpetrados por un escurridizo asesino en serie, apodado Longlegs, que de alguna manera se las apaña para forzar a varios padres de familia a matar a sus seres queridos y a suicidarse después.
Osgood Perkins es un narrador talentoso, cuya atípica visión del horror a menudo está influenciada por los elementos clásicos de los cuentos infantiles. Su corta pero destacada filmografía incluye temas recurrentes como el Diablo, las brujas y niños vulnerables enfrentándose a fuerzas malignas. Desde La enviada del mal (The Blackcoat’s Daughter, 2015) , donde un par de adolescentes experimentan eventos sobrenaturales en su colegio para señoritas, a Gretel & Hansel. Un oscuro cuento de hadas (Gretel & Hansel, 2020) crítica, sobre dos niños perdidos en el bosque que se enfrentan a una bruja malvada, sus historias se caracterizan por tener atmósferas de horror denso y recargado, inspirado en los viejos tropos de cuentos de hadas. En Longlegs, la presencia de un asesino en serie (Nicolas Cage) que ataca a familias con hijas cercanas a cumplir catorce años, se entiende desde la perspectiva de un siniestro y perturbador «Hombre del saco» obsesionado con convertir sus próximos cumpleaños en oscuros rituales macabros.
Bajo la dirección de Perkins, la típica historia policiaca de asesinos en serie, como Hannibal Lecter, John Doe o El asesino del Zodiaco, se transforma en un relato sobrenatural de magia negra. La tensión inicial, con atmósferas opresivas y figuras diabólicas que acechan a la agente Harker, pronto se convierte en un horror (que no terror) persistente, aunque quizás excesivo para un thriller policiaco. Perkins aprovecha su predilección por los ritmos pausados y la narrativa visual, casi tanto como por los diálogos, para proponer una reflexión sobre el mal como una fuerza abstracta e incontrolable que regresa una y otra vez para atormentar a las personas.
Ya desde la primera escena, filmada en formato de cuatro tercios que recuerda al de las videocámaras domésticas, se introduce al espectador en la perturbadora atmósfera de Longlegs. El agudo grito de «Cucú, cucú» del asesino, cuyo rostro apenas se vislumbra, es el tipo de material del que están hechas las pesadillas. Sin embargo, este terror inicial se diluye cuando la película entra en su segundo acto, que resulta más convencional y predecible, y empezamos a cuestionar cuántas veces tiene que aparecer una silueta diabólica en el fondo del fotograma, para que caigamos en la cuenta que el personaje oculta demonios internos.
En la segunda mitad, durante el desarrollo de la investigación, la película pierde parte de su tensión y cae en los habituales clichés del género, como Lee Harker mirando un tablón con recortes de prensa y deduciendo pistas con excesiva facilidad o la forense cuestionando si va a ser capaz de soportar la visión de una escena del crimen particularmente desagradable. Todo el trabajo de construcción de la tensión visto en la primera parte, desaparece en esta. Hasta que Perkins es capaz de recuperar parte de su genialidad inicial con la revelación del asesino y su impacto en el espectador resulta innegable. Tras una larga espera que roza los cuarenta minutos, el rostro de Longlegs se aprecia por primera vez con un maquillaje y vestuario calculados para que su visión provoque escalofríos. Y, en un principio, lo consigue; al menos hasta que la audiencia se acostumbra a su grotesca apariencia y comienza a ver lo esperpéntico que resultan sus prótesis faciales y las pesadas capas de maquillaje. Aun así resulta lo suficientemente inquietante cuando se muestra a una joven quinceañera (Bea Perkins, hija del propio Osgood) y le pregunta con su voz de falsete por su próximo cumpleaños. Acabamos de presenciar la elección de una nueva víctima.
La aparición de Longlegs en todo su esplendor da pie a que la película se adentre de lleno en los temas de la magia negra y el satanismo. Osgood Perkins no da muchas explicaciones respecto a sus motivaciones, o la razón de su modus operandi y en esto se resiente el personaje, pero el estilo interpretativo exagerado de Nicolas Cage encaja perfectamente en esta parte de la historia, elevando su histrionismo por encima incluso de su propia media. También, con Osgood más centrado en crear atmósferas que en la narrativa, conocemos a otros personajes tan excéntricos como Longlegs, como la madre fundamentalista de Lee Harker, interpretada por Alicia Witt, y una superviviente de Longlegs encarnada por Kiernan Shipka. Y disfrutamos de esa obsesión que tiene el director por conexionar personajes a través de secuencias diferenciadas en el tiempo pero abiertamente similares, como unas escenas que muestran al diabólico asesino y a Lee haciendo prácticamente lo mismo.
En definitiva, Longlegs tiene momentos de impacto, pero resultan escasos y distantes entre sí, dando tiempo a la audiencia a recuperarse e incluso a reconocerlos como trucos artificiosos, más que otra cosa. El aspecto visual y la atmósfera escalofriante son insuperables, gracias a la deslavada cinematografía del mexicano Andrés Arochi Tinajero, repleta de inquietantes ángulos forzados y planos cuidadosamente compuestos, con espacios abiertos desenfocados donde la profundidad de campo adquiere un componente que enfatiza la opresión que siente el personaje de Maika Monroe. Sin embargo, la combinación de thriller policiaco, ocultismo y pactos faustianos resulta un tanto confusa, y al final el conjunto parece más absurdo que perturbador. La falta de respuestas claras y un desenlace abierto desafían las expectativas tradicionales del género, resultando anticlimáticos.
Sin embargo, y a pesar de estos tropiezos, Osgood Perkins logra mantener al espectador en tensión, especialmente cuando lo deja en la oscuridad, y consigue que los momentos más destacados de la película permanezcan en la memoria después de que termine la proyección, como en toda buena pesadilla cinematográfica que se precie. Y, con todos sus defectos, Longlegs termina siendo la película más redonda del director, hasta la fecha.