Título original: Nosferatu (USA/UK/HUN, 2024) Color, 132 mins.
Director: Robert Eggers
Reparto: Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Lily-Rose Depp, Willem Dafoe
En el vasto panteón del cine de terror, pocas figuras resultan tan icónicas y perdurables como la del vampiro. A lo largo de las décadas, el cine vampírico ha evolucionado constantemente, desde las primeras películas mudas hasta las reinterpretaciones modernas, marcadas por el romanticismo y los avances en efectos especiales. Sin embargo, entre todas las adaptaciones del mito, pocas han logrado capturar con tanta precisión la esencia gótica y la atmósfera opresiva que caracterizó al clásico Nosferatu (1922) , la obra maestra de Friedrich Wilhelm Murnau. Este clásico del expresionismo alemán redefinió la imagen del vampiro, alejándola del sentido figurativo vinculado a la seducción con el que se solía representar al vampiro a comienzos del siglo XX, para convertirlo en una criatura grotesca y aterradora.
Un siglo después, el cineasta Robert Eggers, reconocido por su meticulosidad histórica y su dominio del terror atmosférico, presenta un ambicioso intento de revivir el mito que combina el clasicismo de la obra original con una visión contemporánea, explorando temas tan recurrentes en el cine vampírico como la estética gótica, la obsesión por lo sobrenatural y la decadencia humana.
La trama de Nosferatu sigue en gran medida la estructura establecida por la película original y las numerosas adaptaciones posteriores del mito de Drácula, en el cual se basó inicialmente el libreto escrito por Henrik Galeen a principios del siglo XX. La historia se centra en Thomas Hutter, un joven e inexperto procurador inmobiliario (Nicholas Hoult), que recibe la orden de viajar a Transilvania para concretar la venta de una propiedad a un misterioso conde rumano llamado Orlok (Bill Skarsgård). Lo que comienza como un simple encargo profesional, que le procurará los medios para establecerse junto a su esposa Ellen (Lily-Rose Depp), pronto se transforma en una pesadilla cuando Thomas descubre que Orlok no solo es un vampiro sediento de sangre, sino que planea trasladarse a su ciudad natal para desatar una plaga mortal y reclamar a Ellen como suya.
Desde el primer fotograma, esta nueva versión de Nosferatu se revela como una obra de impactante belleza visual. Eggers, junto al director de fotografía Jarin Blaschke, recrean una atmósfera sombría y desolada que remite al expresionismo alemán del filme original. La paleta cromática, dominada por tonos apagados de grises y marrones, evoca melancólicos paisajes yermos de color, donde la vida misma parece haberse consumido. Asimismo, las sombras juegan un papel fundamental en la creación de atmósferas opresivas que envuelven al espectador. Entre las imágenes más memorables, destaca la silueta de la mano ganchuda de Orlok extendiéndose sobre la ciudad dormida, un homenaje directo al clásico de 1922 que resulta tan escalofriante como poético.
El diseño de producción destaca por la meticulosidad con la que Eggers muestra cada detalle, desde los elaborados vestuarios hasta los paisajes de Transilvania, filmados en localizaciones reales que aportan autenticidad y grandiosidad a la película. La ambientación logra trasladar al espectador a la Europa del siglo XIX con una precisión casi preternatural. Sin embargo, este detallismo visual no está exento de inconvenientes. En ciertos momentos, la elaborada composición de los escenarios y la iluminación resultan tan opresivos y abrumadores que desvían la atención del horror subyacente de la trama. Como si Eggers estuviera más implicado con la creación de atmósferas que en el horror explícito.
Por su parte, siendo la historia de Nosferatu ampliamente conocida y a pesar de que el director intenta revitalizar el relato centrándose en el personaje de Ellen, la película tropieza con una pregunta inevitable en cualquier remake o relectura de un material original: ¿qué aporta de nuevo? En el caso de Robert Eggers, siendo más un creador de imágenes inolvidables que contador de historias, lo cierto es que no aporta demasiadas novedades. Para su desgracia, la enorme fidelidad que muestra con el filme de 1922, lejos de ser encomiable, se convierte en una trampa inevitable que hace que la historia resulte absolutamente predecible para quienes ya están familiarizados con ella.
Además, la película sufre de un ritmo desigual. La primera mitad es hipnótica, con un manejo brillante del suspense y una lograda atmósfera de fatalidad inminente. Sin embargo, en su segunda mitad pierde parte de ese impulso y avanza con una lentitud que, por momentos, roza el tedio. A esto se suman diálogos artificiosos que dificultan la empatía con los personajes, en especial con el interpretado por Willem Dafoe, cuyos discursos sobre el pensamiento esotérico parecen sacados de una comedia del Grand Guignol. En este sentido, el guion carece del dinamismo narrativo que caracteriza los trabajos anteriores de Eggers.
Lily-Rose Depp, hija de Johnny Depp, da vida a Ellen, el personaje que más transformaciones ha sufrido en esta reinterpretación. Para Eggers, en contraste con la versión de Murnau, Ellen no es simplemente una víctima pasiva, sino que adquiere una dimensión trágica y afectada, con matices que evocan la liberación femenina y el deseo reprimido. El cineasta norteamericano la convierte en el eje central de su metáfora sobre el vacío existencial y la depredación sexual, dándole más tiempo en pantalla que a sus homólogos masculinos.
Por su parte Bill Skarsgård encarna al Conde Orlok, pero sin alcanzar el terror primigenio que Max Schreck transmitió en el filme original. Aunque aporta una sensualidad inquietante al personaje, lo humaniza en exceso, restándole parte de su aura sobrenatural. Robert Eggers, además, opta por un maquillaje que se aleja de la estética cadavérica y espectral concebida por Murnau y perpetuada por Werner Herzog en su remake Nosferatu, vampiro de la noche (1979) . Una apariencia que ha sido, hasta la fecha, la representación más arraigada en el imaginario colectivo.
El resto del reparto cumple correctamente, pero carece de la profundidad emocional necesaria para que el espectador se involucre realmente con sus interpretaciones. Ni Nicholas Hoult ni Willem Dafoe logran destacar por encima del tono frío y apagado que domina la película. Sin embargo, Ralph Ineson merece una mención especial, pues ofrece una de las actuaciones más memorables del elenco.
En definitiva, Nosferatu es un homenaje visualmente deslumbrante al clásico de F.W. Murnau, sostenido principalmente por la brillantez indiscutible de su puesta en escena, pero desprovisto de la frescura narrativa que podría haberlo convertido en una obra seminal. Si bien el meticuloso diseño de producción y la dirección visual de Eggers lo consolidan como uno de los proyectos más ambiciosos del género en los últimos años, su guion rígido y carente de un discurso sólido, así como la excesiva artificiosidad con la que el realizador norteamericano construye sus escenas, impide que llegue a todos los espectadores.
No cabe duda de que los aficionados al terror gótico encontrarán mucho que admirar, pero para el espectador general, la experiencia puede resultar demasiado desconectada y habría que recomendarla con cautela. Especialmente si se la presenta como una película de terror, ya que en ningún momento logra inquietar. Nosferatu se siente más como un extenuante ejercicio de estilo y cinefilia nostálgica de Eggers, antes que una producción fantaterrorífica que busque provocar un miedo genuino.