Título original: A Nightmare Wakes (USA, 2020) Color, 90 mins.
Director: Nora Unkel
Reparto: Alix Wilton Regan, Giullian Gioiello, Philippe Bowgen, Claire Glassford
Visión personal y pintoresca de la anodina realizadora Nora Unkel del famoso encuentro de 1816, en una apartada villa suiza cercana al Monte Tambora y amenazada por la reciente erupción del volcán, llevado a cabo entre entre Lord Byron, Shelley, Polidori, la futura autora de Frankenstein o el moderno Prometeo (1817) y la hermanastra de ésta, y que dio lugar a la gestación de una de las obras emblemáticas del género del horror. Dicha reunión ha sido llevada a la gran pantalla en numerosas ocasiones, siendo Gothic (1986) de Ken Russell y, la más reciente Mary Shelley (2017) de Haifaa al-Mansour, las referencias más interesantes. Amén de la producción española Remando al viento (1987) de Gonzalo Suárez.
Bajo la apariencia de un thriller psicológico, la ópera prima escrita y dirigida por Unkel propone, entre escarceos sentimentales y encuentros paranormales, un acercamiento íntimo con mensaje feminista, pretencioso y hueco como pocos, donde el deficiente guión malogra sistemáticamente las inmensas posibilidades del argumento.
A Nightmare Wakes reincide en temas recurrentes, los demonios internos de la escritora son apuntados como el origen de la novela, pero sin profundizar lo suficiente en las cuestiones importantes, como el valor destructivo de la dependencia emocional en una relación o la responsabilidad que une a creador con creación y su paralelismo con creación y maternidad. Premisas apenas esbozadas y decididamente supeditadas a la obsesión de la realizadora con mezclar realidad y ficción en una trama rocambolesca y rebuscada que termina construyendo un film formalmente insoportable, lleno de inconsistencias y trucos baratos.
A destacar la interpretación de Alix Wilton Regan como una Mary Shelley dolorosamente deprimida, tras la reciente pérdida de un hijo nonato, que se ve a sí misma como el monstruo de su historia y que resalta entre el resto del reparto, sorprendentemente inerte en términos emotivos. Y la impecable fotografía de Oren Soffer.