#CriticadeMiedo

Blumhouse. Jóvenes y brujas

La enésima modernización Blumhouse de un clásico adolescente de los 90 sobre un grupo de adolescentes que buscan la autodeterminación mediante la brujería y que pierden el control de las fuerzas oscuras que liberan. Convenientemente actualizada para la Generación Z, con una cierta intención de crear un producto más cercano a las producciones de horror elevado, pero que se queda en una tonta película de terror sobrenatural para adolescentes.

Título original: The Craft: Legacy (USA, 2020) Color, 97 mins.
Director: Zoe Lister-Jones
Reparto: Cailee Spaeny, Gideon Adlon, Lovie Simone, Zoey Luna

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La enésima modernización de un otrora clásico del género fantaterrorífico acometida por la productora Blumhouse. En esta ocasión, le toca el turno a Jóvenes y brujas (1996) de Andrew Fleming, un film de horror juvenil de los 90 que cosechó en su momento un cierto éxito de público y la convirtió repentinamente en un film de culto adolescente, y cuya trama, plagada de denuncia social y beligerancia feminista, giraba en torno a un grupo de alumnas de instituto que coqueteaban con la brujería para buscar su autodeterminación en un entorno hostil, como son los recovecos escolares, y perdían el control de las fuerzas oscuras que liberaban.

Convenientemente actualizada para la Generación Z y los consumidores hogareños de las plataformas de VOD, como Netflix o Amazon Prime Video, la directora y guionista Zoe Lister-Jones retoma la historia original y propone una película abiertamente más feminista (aquí casi todos los personajes masculinos son unos cretinos o los villanos), con mensajes sociales contemporáneos que reflejan el cambio en la sociedad, como la inclusión de un personaje LGTBI, en la que el enfrentamiento entre la masculinidad tóxica y el feminismo, así como la disrupción del grupo por la llegada de un nuevo miembro (Cailee Spaeny), son despojados de la crueldad y la pasión adolescente por la venganza violenta noventera. Perdiendo con ello toda la fuerza y el acierto del film de Fleming a la hora de plasmar la sempiterna rabia adolescente.

Blumhouse. Jóvenes y brujas está más diluida en cuanto a la carga terrorífica y resulta menos convincente en el intento de retratar la brujería como un poder seductor pero oscuro y con consecuencias. Quizás sea porque el macarrismo que se gastaba en los noventa se pierde entre tanto proselitismo y tanta corrección política y en ese intento subyacente de Lister-Jones de crear un producto más cercano al cine independiente de la productora A24, que al puramente comercial de Blumhouse, que genera desequilibrios tonales más que otra cosas. Es por ello que la película se centra más en los personajes o personaje, porque sólo uno de ellos cuenta realmente, y menos en las convenciones del género y en los antecedentes del film anterior, aunque no deje a un lado la nostalgia e introduzca dos actores de la época como David Duchovny y Michelle Monaghan, más una sorpresa en forma de cameo en su tramo final.

Lo cierto es que, aunque no hay nada malo en todo esto y se entienda la intención de elevar la historia, Lister-Jones muestra un montón de buenas ideas que no terminan de verse plasmadas en la película y, para colmo, el cuarteto de jóvenes progresistas y positivas, que parecen más líderes feministas de instituto que jóvenes desplazadas, resulta cuanto menos inequívocamente aburrido. Además, por mucho intento que se tenga de hacer un film denuncia o de convicciones, cuando el público objetivo de Jason Blum parece prevalecer en la finalidad última de Blumhouse. Jóvenes y brujas y se introduce una torpe y explícita encarnación del patriarcado como reflejo de la maldad pura, el resultado es absolutamente decepcionante. Al final todo se queda en una tonta y aburrida película de brujería para adolescentes.