Título original: Infinite Pool (CAN/FRA/HUN, 2023) Color, 117 mins.
Director: Brandon Cronenberg
Reparto: Alexander Skarsgård, Mia Goth, Cleopatra Coleman, Jalil Lespert
Tras su presentación oficial en el marco del Festival de Cine Sundance y por esas cosas inexplicables del sistema de distribución española, el tercer largometraje del guionista y director canadiense Brandon Cronenberg se quedó sorprendentemente sin estrenar en nuestras salas de cine. Escabrosa y perversa como no podía ser de otra manera, Infinity pool o Piscina infinita, como la han titulado finalmente en el mercado de vídeo bajo demanda español, hace bueno el popular proverbio de la manzana y el árbol.
Después de la notable Possessor (2020) crítica, el vástago del genial David Cronenberg regresa a los preceptos del thriller de ciencia ficción terrorífica y al body horror para narrar la historia de un escritor en crisis (Alexander Skarsgård) y su esposa (Cleopatra Coleman) que se hospedan unos días en un lujoso resort situado en un país exótico y dictatorial, donde conocen a una pareja de turistas (Mia Goth y Jalil Lespert) que les introducirán en una espiral de perversión y muerte, como jamás hubiesen imaginado.
Parte denuncia de la xenofobia y el hedonismo que se apodera de las clases más pudientes, parte fábula sobre el vacío existencial de la sociedad del siglo XXI, se hace un poco complicado encontrar una referencia en concreto del film de Brandon Cronenberg y, al mismo tiempo, posee un imaginario familiar que recuerda las invasiones del hogar y sus máscaras de The Purge: La noche de las bestias (2013) , la invitación que oculta un secreto mortal de La invitación (2015) de Karym Kusama, los clones abusados por ricachones hastiados de Westworld (Serie de TV, 2016–2022) . Sin embargo, Piscina infinita posee una personalidad propia muy definida y perturbadora.
Contado como un relato surrealista, este thriller satírico, sexualmente gráfico y alucinatorio sobre la decadencia moral del capitalismo y la grieta entre las clases sociales, es todo un descenso a los infiernos de la depravación humana y la adicción del placer como una posible vía de escape a la monotonía. Una premisa enormemente influenciada por la obra del escritor británico J. G. Ballard y sobre todo por su provocativa novela Choque (Editorial Anagrama, 1974), cuya primera lectura se entendía como una crítica al hedonismo extremo y la búsqueda de placer a cualquier coste.
Pero, teniendo una trama multigenérica que bascula entre distintos géneros, Piscina infinita también incluye tropos del body horror y la transformación identitaria en descomposición, con la introducción de ese «otro yo» o doppelgänger dostoyevskiano, que nace de la depravación y sobre el que los protagonistas vuelcan todos sus vicios salvajes para limpiarse, de esta manera, de sus bajos instintos. Y que Brandon Cronenberg utiliza para disertar sobre las contradicciones de la moral occidental moderna, obsesionada con la deconstrucción de los roles tradicionales, pero al mismo tiempo ostentando los mismos defectos de estos, como si fueran una enfermedad incurable. La delirante imagen de Alexander Skarsgård lamiendo la sangre que mana del pecho de Mia Goth es un ejemplo perfecto.
En el aspecto visual, Piscina infinita no está exenta de imágenes impactantes, de esas que justifican una película y absuelven todos sus pecados. Baste como prueba la escena que acabamos de mencionar, pero también el allanamiento de la mansión del propietario del exclusivo complejo turístico. Los planos aberrantes y los fantasmagóricos artificios visuales del director de fotografía Karim Hussain se confabulan para elevar el grado de pesadilla absorbente, sirviéndose de una gama cromática cruda para los exteriores y colores saturados para los momentos alucinatorios, para alejarse de los convencionalismos visuales del terror mainstream. Lo mejor es la manera en la que Brandon Cronenberg utiliza primeros planos extremos para oscilar el foco de un personaje a otro, subrayando la disonancia entre ellos.
Una disonancia o desequilibrio que también existe entre las interpretaciones de Mia Goth, indispensable en la actualidad del género desde sus colaboraciones con Ti West y genial en su desvarío desquiciado de femme fatale, que Brandon Cronenberg explota de manera magistral, y un Alexander Skarsgård sin convicción en algunas escenas, quizás hastiado de ese rol de hombre moderno domesticado que persigue recuperar su masculinidad a través de la violencia.
En conclusión, Piscina infinita es una de esas películas que no dejan indiferente a nadie, su visionado es tan fascinante como enfermizo. Una experiencia provocadora, pero al mismo tiempo repulsiva (la película se clasificó para Mayores de 18 años por las numerosas escenas de violencia explícita y su alto contenido sexual) y éticamente reprochable por su recreación del aspecto lúdico de la denigración progresiva del prójimo. En Piscina infinita no existe el término medio, pero sin duda es un viaje singular y memorable. Aunque, eso sí, no es apta para aprensivos.