A 47 metros 2: el terror emerge

Secuela de otra película de 2017 dirigida por el propio Johannes Roberts, esta terrorífica historia de supervivencia continúa con la tradición de colocar a incautos turistas norteamericanos frente a frente a un buen puñado de tiburones asesinos; pero esta vez, con el aliciente de tener que bucear en el interior de un laberinto de cuevas submarinas. Alguien dijo en algún momento que esta película era como ver Tiburón (1975) y The Descent (2005), juntas. ¡Sí, claro!

El dúo Tomandandy sale de la unión de Andy Milburn y Thomas Hajdu, dos músicos experimentales estadounidenses más conocidos entre los aficionados al género por ser los autores de bandas sonoras como Las colinas tienen ojos (2006) o Los extraños (2008), y otras tantas más, desde que interactúan por primera con el género terrorífico en Mothman: La última profecía (2002). Con este bagaje no es de extrañar que su composición para A 47 metros 2: el terror emerge (2019) sea un trabajo sólido con una partitura de sintetizador y cuerdas muy emotiva para los temas no terroríficos, y mucho sonido electrónico para la parte más intensa y emocionante.

A 47 metros 2: el terror emerge (2019) es una opresiva película de terror, en la que su historia y sus escenarios claustrofóbicos dejan poco espacio para la interpretación del dúo compositor, si quieren que su trabajo encaje en el contexto de la película. Mientras la historia se mantiene en la superficie, todo es brillante y despreocupado. Pero dura bien poco, «Opening» y las primera cuatro pistas son temas tranquilos donde se intenta recrear una atmósfera submarina más amigable, pero no menos fascinante. Un ambiente más cercano a un documental del Discovery Channel que a una película de terror.

Hasta que nos acercamos a «Silt», el quinto tema de la partitura, donde los primeros atisbos de terror se producen a lomos de desgarradores sonidos de sintetizador, repletos de tensión, que dejan paso a la verdadera banda sonora. Donde las duras disonancias electrónicas y el caos se apoderan de la mayoría de las pistas y donde se puede sentir mejor el terror de ser perseguidos por un tiburón en el interior de una cueva laberíntica. Como en «Frantic», el tema más aterrador y sobrecogedor del albúm. Una experiencia electrónica difícil de olvidar que casi se puede calificar de agresión auditiva.

Como suele suceder con una buena parte de las bandas sonoras compuestas para el género de terror, la partitura de Tomandandy es un poco dura de escuchar fuera del contexto de las imágenes. Tomando como ejemplo «Credits», la pista que cierra el álbum, a mitad del tema la música degenera en una insufrible cacofonía de sonidos, caótica e intensa, sin apenas ningún respiro melódico. Y esto se repite a lo largo de todo la partitura, lo que hace que quizás este álbum sea uno de esos que resulta más recomendable no escucharlo del tirón.

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