Título original: El silencio de la ciudad blanca (ESP, 2019) Color, 110 mins.
Director: Daniel Calparsoro
Reparto: Belén rueda, Javier Rey, Aura Garrido, Manolo Solo
La pasión que la cinematografía española moderna tiene por los thrillers, con más o menos salpicaduras de cine de terror, se extiende desde la presentación en sociedad de los directores Alejandro Amenábar y su cruda Tesis (1996) y Jaume Balagueró y Los sin nombre (1999) . Prácticamente, al mismo tiempo, los filmes de asesino en serie y crímenes rebuscados cobran relevancia tras el monumental éxito de taquilla de películas como El silencio de los corderos (1991) o Seven (1995) , ambas utilizando la base del convencionalismo policiaco para elevarlo al plano más novedoso de la parafernalia psicológica criminal, tan manoseada desde entonces por centenares de títulos tanto televisivos como para la gran pantalla.
Daniel Calparsoro, un cineasta de contrastada potencia visual y narrativa, retoma esta tendencia para adaptar el primer libro de la trilogía de la escritora vitoriana Eva García Sáenz de Urturi, que gira en torno a la historia de un asesino en serie que opera en la ciudad de Vitoria e imita el modus operandi de otros asesinatos rituales cometidos en la ciudad dos décadas atrás. Un experto en perfiles criminales y una subcomisaria de policía tratarán de detenerle antes de que vuelva a matar.
Decir que El silencio de la ciudad blanca toma como referencia el film de Jonathan Demme y que no solo se limita a copiarle el título, es decir una obviedad. Y es que todos los elementos que convirtieron en clásico a El silencio de los corderos se encuentran reflejados en el film de Calparsoro. Desde lo puramente estructural: las entrevistas en la cárcel con un psicópata asesino o la revelación temprana de la identidad del asesino; a lo estrictamente visual: el asesino también introduce un insecto en la garganta de sus víctimas, etc. Lo peor de todo no es tomar prestadas todas estas referencias, lo malo es hacerlo y no extraer nada bueno de ello. Como si Calparsoro fuera incapaz de hilvanar una historia coherente a pesar de los referentes: el cinematográfico y el literario.
Daniel Calparsoro no es un realizador ajeno al género del suspense, en su irregular carrera encontramos títulos tan estimables como Cien años de perdón (2016) o Ausentes (2005) y otros no tanto, como la aguada El aviso (2018) . Pero lo que tienen todas en común es una potente imaginería visual y unos personajes intensos y urbanos. El silencio de la ciudad blanca está excepcionalmente fotografiada por Josu Inchaustegui, colaborador de Calparsoro desde Cien años de perdón, con una pulcritud estética y un gusto por el detalle casi fincherianos. Lástima que el guión sobrenarrado y tendencia a lo idiotizante no esté a la altura del aspecto visual.
Tampoco el reparto sale mejor parado y resulta sorprendente que este plantel, que parece un escaparate de característicos de lujo como Manolo Solo, Ramón Barea, Itziar Ituño o Pedro Casablanc, resulte tan anodino y tan sobrado de cameos innecesarios y personajes, que quizás tuvieran alguna relevancia en la novela, pero aquí no hacen sino entorpecer el seguimiento de la trama. Ni Javier Rey, ni Belén Rueda, consiguen resultar creíbles en sus estereotipados policías con afición a correr. Otra imagen vampirizada de El silencio de los corderos. Ni Aura Garrido es capaz de evitar repetir la misma interpretación plana que ya brindara en El asesino de los caprichos (2019) crítica, el otro thriller de asesinos en serie que la cinematografía nacional estrenó hace escasamente una semana.
En resumidas cuentas, El silencio de la ciudad blanca resulta el ejemplo perfecto de que conjugar muchos ingredientes interesantes: un buen director, un éxito literario, un reparto de solvencia, una estética visual eficiente, no es suficiente para hacer una película sobresaliente. A todo ello habría que sumarle la emoción, algo de lo que este thriller carece.