El mal aparece en la gran pantalla representado de muchas maneras, pero pocas son más aterradoras que un asesino oculto tras una máscara. Las máscaras han estado relacionadas directamente con el mundo del terror cinematográfico casi desde sus comienzos. Desde Lon Chaney a las actuales máscaras empleadas en franquicias como The Purge: La noche de las bestias (2013), el simbolismo de las máscaras como un elemento persistente y crucial para la iconografía del género ha evolucionado considerablemente a lo largo de la historia. Lo más significativo es, sin embargo, que a pesar de la relevancia de las máscaras en el cine de terror, es relativamente inusitado que los malvados del mundo real usen máscaras con la finalidad de amedrentar, en la comisión de sus crímenes. Es irrefutable, que en algunos casos, como el del asesino en serie Edward Gein y sus objetos de piel humana, se utilizase una máscara como objeto de empoderamiento con la que Gein se disfrazaba y salía a desenterrar cuerpos al cementerio, pero lo cierto es que no es muy habitual. Entonces, ¿qué es lo que convierte a las máscaras en ese potente elemento iconográfico transcultural del cine de terror?
Ya en los inicios cinematográficos, numerosas máscaras fueron empleadas de diferentes maneras para ocultar una identidad o reforzar el concepto de transformación. El propio D. W. Griffiths recurrió a ellas en sus dos aproximaciones al género de terror, The Painted Lady (1912), quizás la primera representación cinematográfica del subgénero de invasión del hogar, y en One Exciting Night (1922), su acercamiento al suspense gótico. En ambas, la ominosa figura de los villanos era aumentada por su enmascaramiento. Pero, sin lugar a dudas, la primera vez que se elevó la concepción de las máscaras como componente clave de la iconografía del género, fue en la película muda El fantasma de la Ópera (1925) de Rupert Julian, donde Lon Chaney interpretaba a Erik, un demente que se hace pasar por un fantasma en la Ópera de París ocultando las deformaciones de su rostro bajo una máscara. El Fantasma acude a un baile de máscaras anual bajo la apariencia de La Muerte Roja, el personaje de un relato de Edgar Allan Poe que lucía una máscara de calavera sobre un atuendo de color rojo. Resulta curioso que Erik utilizara un atuendo tan terrorífico para cubrir su propia monstruosidad, como si la máscara de “La Muerte Roja” en realidad “ocultase su humanidad para revelar su inhumanidad”, como lo describiera en alguna ocasión el escritor y director Clive Barker. Sin embargo, es el desenmascaramiento de Erik uno de los momentos más reconocidos del género en la era del cine mudo. Mientras el misterioso Erik se sienta frente a su órgano, la heroína prisionera, interpretada por Mary Philbin, afloja su máscara revelando un rostro horrendo y desfigurado, ante lo cual el Fantasma grita: “¡Deleita tus ojos, llena tu alma, en mi maldita fealdad!”.
Este momento se convirtió uno de los primeros intentos del género de provocar un sobresalto o jump scare entre el público.
La fuerza conceptual de la máscara entonces, entendida como un objeto que cubre el rostro de un individuo con la intención de no ser reconocido o tomar el aspecto de otro, se deriva tanto de su evidente relación histórica con la práctica de rituales paganos y ceremonias secretas, como de su potencial de amedrentar simplemente ocultando, o incluso exponiendo, el verdadero rostro del villano. En el caso del Fantasma, a través del juego de ocultar su identidad, se le permite asumir un nuevo rol como un compositor de la Ópera de París, atormentado por su deformidad y enamorado de la protagonista, en vez de mostrarle como el peligroso prisionero fugado de la Isla del Diablo y experto en magia negra, que verdaderamente es. Esto subvierte la percepción de la audiencia hacia su persona y produce una reacción más visceral en el momento del desenmascaramiento.
En este caso, es la capacidad de la máscara para permitir la simulación y trastocar lo que el espectador supone que es el verdadero ser del villano, lo que genera su poder de aterrorizar. Por tanto, la máscara en el cine de terror no es únicamente un artilugio para resaltar el anonimato del villano, sino también un elemento revelador de su maldad.
En el filme norteamericano La casa de los horrores (1981), cuatro adolescentes se cuelan en una feria donde son testigos del brutal asesinato de una adivina a manos de un desconocido que se oculta bajo una máscara del monstruo de Frankenstein. Cuando, en un momento dado, el asesino se despoja del disfraz y se produce el momento de la revelación de su identidad, como ocurriera con el Fantasma de Lon Chaney, el rostro bajo la máscara es aún más aterrador que la susodicha. En este sentido, la máscara no solo oculta, sino también revela.
En la vida real, cuando se produce el acto de desenmascaramiento, por ejemplo tras finalizar un baile de disfraces, se genera inmediatamente un proceso de desactivación de la ilusión, del engaño. Sin la máscara, el portador pierde la facultad de fingir, de comportarse de una manera distinta a la habitual. Por el contrario, en el contexto del horror, a menudo el desenmascaramiento produce la activación del verdadero horror, permitiendo salir a la luz un sustrato aún más perturbador y terrorífico que el que la propia máscara dejaba entrever. En el caso de La casa de los horrores, el rostro que oculta la máscara es tan horripilante, que el espectador casi anhela regresar a la familiaridad de las facciones del monstruo de la Universal, aun cuando ha presenciado cómo asesinaba brutalmente a una persona.
En los años 60, un filme francés Los ojos sin rostro (1960) de Georges Franju propuso otra vuelta de tuerca a la relevancia de las máscaras en el género de terror. Franju extiende el tropo del médico o científico loco, donde las máscaras quirúrgicas u otros artilugios faciales son utilizados básicamente para transformar la imagen de los doctores en figuras malvadas que encarnan la desconfianza en la ciencia, y propone una especie de desdoblamiento, por el cual no es el doctor quien oculta sus facciones tras la máscara, sino su hija Christiane. Una máscara rígida y sin forma que cubre su rostro desfigurado en un accidente, y que sirvió de inspiración para una de las máscaras más icónicas del género, la máscara que oculta el rostro de Michael Myers en La noche de Halloween (1978). Y es precisamente, el vacío en las máscaras de Christiane y de Michael, lienzos neutrales incapaces de representar algún tipo de emoción, lo que las convierte en aterradoras.
En el sentido más básico, las máscaras nos perturban porque son objetos que nos impiden ver las emociones en los rostros de las personas. El reconocimiento facial es un aspecto fundamental para generar comprensión y compasión humana. Los cerebros humanos están codificados para analizar las expresiones humanas e identificar en ellas las emociones de sus propietarios y empatizar con ellos. O protegernos y activar la respuesta de lucha o huida. Enmascarar la cara con una máscara sin expresión, es una eficaz manera de impedir la percepción de daño o amenaza en su portador. La máscara actúa como una barrera que nos impide analizar las intenciones del enmascarado, y la ausencia de expresión implica una falta de humanidad, ya sea impuesta o sufrida inocentemente como en el caso de Christiane o asumida conscientemente, como Michael Myers.
Una de las máscaras más memorables del cine de terror asiático se representó en Onibaba (1964), un drama histórico de terror escrito y dirigido por Kaneto Shindo, donde dos mujeres se dedican a asesinar incautos soldados para despojarlos de sus posesiones, entre los que se encuentra un samurai que luce la máscara de un demonio para ocultar sus desfiguraciones faciales. Cuando una de las mujeres utiliza la máscara y la armadura del samurai asesinado para asustar a su compañera, más joven y más favorecida por los hombres, descubre que no puede quitársela con facilidad y cuando lo consigue sus facciones también han sido desfiguradas como las del samurai.
Tradicionalmente, las máscaras están estrechamente relacionadas con la cultura escénica japonesa. En el teatro Noh, una popular manifestación dramática japonesa que tuvo su apogeo en el siglo XVII y es característico por su uso distintivo de máscaras, la máscara de demonio o Hannya se usaba para demonizar la emoción de los celos femeninos y dependiendo del ángulo de la máscara se indicaba el grado mayor o menor de la emoción representada. En Onibaba, la máscara elegida por Shindo es muy significativa, porque no solo representa la encarnación ritualista de los celos femeninos, sino también la facultad de revelar la verdadera naturaleza de un demonio disfrazado de humano. La máscara, en este caso, sirve para mucho más que para esconder la identidad del amedrentador de la mujer joven, también sirve para castigar a su portadora y transformarla en algo diferente, convirtiéndola en villana y víctima, asignándole a la máscara y al desenmascaramiento un caracter sobrenatural. Como una maldición. Esto es crucial tanto en términos del cine de terror japonés como para el terror en general, porque es un concepto mucho más complejo que el simple uso de la máscara como disfraz.
Aunque es innegablemente cierto que las máscaras en el cine de terror se usan mayoritariamente para promover el oscurecimiento y el engaño en torno a la figura del villano, la transformación es otra función significativa. Gran parte del desasosiego que induce un villano enmascarado proviene precisamente de ese poder de transformación, no tanto sobrenatural como psicológico, que poseen las máscaras cinematográficas.
En este sentido, el realizador Tobe Hooper dio un nuevo paso en la relevancia de las máscaras dentro del género y en 1974 co-escribió junto a Kim Henkel, una de las películas más aterradoras de la historia, incluso a día de hoy, La Matanza de Texas. La historia de una familia de matarifes caníbales que secuestra y asesina a un grupo de jóvenes con la demencial intención de servirlos para la cena. La figura de Leatherface, literalmente “cara de cuero”, es especialmente espantosa ya que se inspiró en el anteriormente mencionado Ed Gein, un asesino en serie de Wisconsin que usaba la piel de sus víctimas para hacer objetos de menaje y se ponía una máscara fabricada con trozos de piel humana cosidos entre sí para cometer sus tropelías. En la película, Leatherface cubre su rostro con tres máscaras diferentes, fabricadas con piel humana, y que determinaban su estado de ánimo en el momento de usar cada una de ellas. Como dato curioso, el equipo de rodaje las bautizó como “Old lady Mask”, la máscara de la anciana, que representaba su estado más servicial. “Pretty Woman Mask”, la máscara de la mujer bonita, que se trataba del rostro de una mujer joven acicalada con maquillaje, y “Killing Mask”, la máscara asesina, que… bueno, ya os imagináis todos lo que sucedía cuándo llevaba puesta esta máscara.
La máscara de piel tal como se concibió en La Matanza de Texas, buscaba por un lado deshumanizar al personaje de Leatherface, pero al mismo tiempo servía para que éste pudiese transformarse en algo diferente a lo que realmente era. Cosiendo literalmente retales de piel humana, el desfigurado Leatherface busca poder transmitir sus sentimientos a través de reproducciones grotescas e idealizadas de una figura femenina, muy probablemente, maternal. En la escena de la cena familiar, donde Leatherface usa su “Máscara de la mujer bonita”, el ambiente es brutal y Leatherface se convierte en el foco del abuso machista del patriarca, lo que insinúa abiertamente que el rol en el que se transforma es el de su madre. La única persona en su vida que suponemos no tiene un ápice de violencia. Después de esto, cuando persigue a la última superviviente, interpretada por Marilyn Burns, Leatherface usa su atuendo de matarife y la “Máscara asesina”, ambos de aspecto masculino. Lo cual nos lleva a deducir que a través del uso de las máscaras, Leatherface busca elevar su yo actual hacia algo distinto, algo decididamente menos violento y mucho más femenino.
Leatherface no tiene diálogo y nunca vemos su rostro real; de hecho, muchos espectadores han tenido o tienen la sensación de que detrás de sus máscaras de piel probablemente no haya ninguna cara, humana o inhumana. Nada. Como si su apodo fuese la única información que tenemos sobre su personalidad y su máscara se convierta en una sinécdoque de su identidad. Sin embargo, es uno de los villanos del cine de terror que más ha influenciado a las siguientes generaciones de asesinos y psicópatas enmascarados, dando lugar a una miríada de imitadores imposible de cuantificar.
Ya hemos hablado de la importancia de las máscaras en el cine de terror como mecanismos de engaño y oscurecimiento de la identidad del villano. A un nivel narrativo, esta utilización de las máscaras busca elevar el suspense y la capacidad de aterrorizar del personaje malvado, más que convertirlo en otra cosa. Resulta curioso resaltar, por ejemplo, que una de las máscaras más significativas de este tipo y de las más populares del género: la famosa máscara de hockey que luce Jason Voorhees en la saga de Viernes 13, no se empezase a utilizar hasta la tercera entrega de la franquicia, dirigida por Steve Miner en 1982. La razón esgrimida por el productor Frank Mancuso Jr. fue que el saco de arpillera que habían usado en la entrega anterior se parecía demasiado al utilizado por David Lynch en El hombre elefante (1980), o para el caso, el que lucía el asesino en serie que aterrorizaba a una pequeña localidad de Arkansas en Terror al anochecer (1976). Poco le pareció importar a Mancuso Jr. que el saco estuviera más en concordancia con el ambiente rural de Nueva Jersey, donde se ambienta la saga originariamente, que la máscara de guardameta de un equipo de hockey de Detroit.
Por otro lado, Viernes 13, parte III (1982) tampoco fue la primera película de terror que utilizó una máscara deportiva para ocultar el rostro de su villano. Acto de venganza (1974), enmarcada dentro del subgénero de violación y venganza, también mostraba a un violador en serie, apodado el “Violador del Villancico” en su versión de habla hispana, que ocultaba su rostro tras una máscara de hockey y obligaba a sus víctimas a cantar el villancico Jingle Bells mientras abusaba de ellas.
A pesar de todo, la máscara de Jason Voorhees se convirtió en uno de los símbolos más icónicos del cine de terror de la década de los 80.
Con la introducción de la máscara de hockey, ésta se convirtió en un elemento crucial de la saga. El momento en el que aparece Jason llevando la máscara por primera vez, es un hito de transición en la creación de un arquetipo: el del asesino psicópata enmascarado. En la franquicia, hasta ese momento, Jason es un asesino perturbado infantiloide con serios traumas maternos y después de vestir la máscara se transforma en una imparable y despiadada máquina de matar. Hasta el punto que en Viernes 13, parte V: Un nuevo comienzo (1985) el asesino detrás de la máscara de hockey no era Jason Voorhees, sino un imitador, sugiriendo que la motivación detrás de las muertes de la saga ya no es la venganza, sino que se trataba de matar por placer o por deporte.
Tanto en el caso de Jason como en el de Michael Myers, sus respectivas máscaras no tenían como finalidad ocultar sus identidades, puesto que ambas son conocidas desde el principio. Jason Voorhees no necesita la máscara de hockey para ocultar quién es; la necesita para revelar quién es. Del mismo modo, Michael Myers no usa su máscara blanca para ocultar su identidad; la usa para convertirse en ese “hombre del saco” que aterroriza a los niños durante la noche de Halloween. Es cierto que quizás sus rostros sean una especie de objeto de curiosidad. En el caso de Myers, el espectador jamás llega a ver su cara. No así en el caso de Jason, cuyo rostro es revelado repetidas veces a partir de la segunda entrega e incluso tenemos oportunidad de ver cómo se transforma de muchacho deforme a cadaver viviente. Pero en ninguno de los casos, sus máscaras ocultan información crucial sobre su identidad. Por el contrario, las máscaras de Jason y Michael son elementos transformadores, herramientas para alterar la naturaleza humana de ambos asesinos a algo más poderoso, sobrenatural, inhumano. Algo, en palabras del Dr. Loomis que es “simple y llanamente… el mal”.
En conclusión, a lo largo de este artículo hemos revisado la mayoría de los significados de las máscaras usadas en el cine de terror para tratar de dar respuesta a la pregunta de por qué las máscaras son un motivo tan duradero y, sobre todo, tan aterradoras.
El uso de máscaras en las películas de terror está en su mayoría asociado a un propósito predominantemente narrativo: ocultar, y a menudo exponer, la identidad de un villano o asesino. Máscaras de piel, máscaras sin rasgos definidos, máscaras de animales, máscaras quirúrgicas, máscaras laborales remodeladas, máscaras tecnológicas, máscaras que ocultan otras máscaras, máscaras ritualísticas, máscaras sobrenaturales. La capacidad del cine de terror para reinventar, reimaginar y explorar nuevos contextos donde usar una máscara para aterrorizar es casi infinita.
Las mejores máscaras de terror son aquellas en las que las características que definen a los villanos antes de la máscara son literalmente tan horripilantes como la propia máscara y ésta funciona únicamente como elemento ocultador o transformador de la maldad de sus portadores. Fernando Pessoa lo expresó de manera más poética: “Las máscaras revelan la identidad de las almas”. Y no hay mayor horror que eliminar una máscara y descubrir que debajo se encuentra otra máscara más terrible que la primera.
#2020 #MascarasdelCinedeTerror #Mascaras #TroposdelCinedeTerror #GenerosdeTerror