Título original: Sputnik (RUS, 2020) Color, 103 mins.
Director: Egor Abramenko
Reparto: Oksana Akinshina, Pyotr Fyodorov, Fedor Bondarchuk, Anton Vasilev
Tras el éxito cosechado por crítica de la trilogía Guardianes de la noche (2004) de Timur Bekmambetov, la cinematografía fantaterrorífica rusa ha tenido un nuevo renacimiento en la última década con coproducciones como La hora más oscura (2011) de Chris Gorak, El paso del diablo (2013) de Renny Harlin o Eliminado (2014) de Levan Gabriadze y producciones propias más recientes como The Superdeep (2020) de Arseny Syuhin o Yaga: Pesadilla del bosque oscuro (2020) de Svyatoslav Podgaevskiy y Nathalia Hencker. De todas ellas, sin duda, una de las más interesantes es esta Sputnik, la ópera prima del realizador Egor Abramenko, quien fuera asistente de dirección de Fedor Bondarchuk en la interesantísima Attraction (2017) . El propio Bondarchuk se reserva un papel principal en esta, además de ejercer como productor.
Ganadora del premio a la Mejor Película Internacional en el Festival Science+Fiction de Trieste y presentada en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, Sputnik es una película que oscila entre la ciencia ficción y el terror, una espeluznante historia diseñada para construir y mantener el suspense desde el minuto uno, que aunque no se acerca de una manera especialmente original a las ideas y conceptos de otras producciones como Splice: Experimento mortal (2009) y, por supuesto, los clásicos Alien, el octavo pasajero (1979) y Lifeforce: Fuerza vital (1985) , pero los mantiene lo suficiente como para resultar una experiencia aterradora y satisfactoria. Su trama sobre un astronauta soviético que regresa del espacio en una misión Sputnik trayendo consigo una criatura extraterrestre resulta tan familiar como para que la audiencia se centre en otros aspectos como la ambientación retrofuturista o las carismáticas interpretaciones de Oksana Akinshina y Pyotr Fyodorov, a quien vimos recientemente en The Blackout: La invasión (2019) de Egor Baranov crítica.
Con Sputnik, Egor Abramenko demuestra ser conocedor de las claves del suspense y dominador de los sustos más elementales. Una película donde la parte más inquietante sucede fuera de cámara, jugando con la idea conceptual del elemental e intrínseco peligro que conllevan las expediciones espaciales, aun cuando éstas sean totalmente rutinarias e inocentes, algo parecido a lo planteado en Life (2017) del sueco Daniel Espinosa pero con pretensiones absolutamente diferentes, pues Abramenko se entrega a una reflexión sobre la pérdida de la propia identidad con ese ciclo malsano entre el astronauta y el alienígena parasitario que abandona y regresa a su cuerpo a discreción. Además de acentuar la sensación de peligrosidad permanente estableciendo una atmósfera paranoica y represiva de Guerra Fría soviética.
En definitiva, filme más que cumplidor que, a pesar de las evidentes lagunas del guión y los convencionalismos de su realización, mantiene el interés elevado gracias a su sugestivo manejo del suspense y la equilibrada combinación de ciencia ficción y terror, agudizando más el componente terrorífico en la segunda mitad de la película, sin ir más lejos se muestra al extraterrestre más allá de las pálidas imágenes de las cámaras de circuito cerrado y con alguna que otra muerte explícita, que se perdió el estreno en salas de cine debido a la pandemia de Covid-19 pero oportunamente recuperada por las plataformas de pago por visión.