Título original: Sweet River (AUS, 2020) Color, 102 mins.
Director: Justin McMillan
Reparto: Lisa Kay, Martin Sacks, Genevieve Lemon, Rob Carlton
La primera incursión tras la cámara de Justin McMillan, un director australiano especializado en documentales sobre surf, es este convencional thriller repleto de ramalazos sobrenaturales que gira en torno a una madre y una comunidad abrumados por el dolor, que tratan de seguir adelante tras verse vistos sacudidos por la tragedia. La primera en busca de su hijo desaparecido, supuestamente víctima de un asesino de niños, y la segunda por un terrible accidente del autobús escolar que acabó en el río y con la vida de todos los que viajaban a bordo.
Lejos de los efectismos propios de sus homólogos hollywoodenses, que sin duda convertirían un planteamiento argumental tan tópico en una montaña rusa de efectos especiales, el filme de Justin McMillan se caracteriza por una sobriedad casi rozando la austeridad, donde el desasosiego procede fundamentalmente de elementos de estilo tan sencillos como los altos tallos del cañaveral, opresivos, meciéndose bajo el viento o los encuadres holandeses y los crujidos de la banda sonora. Sweet River está planteada como una película de suspense, donde hay un crimen cometido en el pasado que atormenta a una Lisa Kay bastante convincente, y una tragedia que hace lo propio con el resto de personajes y donde el mundo de los muertos no es sino una consecuencia nefasta de la mezquindad de los vivos.
A lo largo de la historia de Sweet River, Justin McMillan no hace muchas concesiones a los golpes de efecto, toda una sorpresa si tenemos en cuenta que la película se abre con uno de ellos. El miedo a lo desconocido es siempre más efectivo y los planos de los interminables campos de cultivo, como ya pusiera de relevancia Los chicos del maíz (1984) de Fritz Kiersch, son más terroríficos que un puñado de niños maquillados como zombis correteando por todas partes. Lástima que pocos sean los detalles que la redimen de la vulgaridad más estereotipada.
Sweet River es un filme que apenas transmite todo lo que pretende abarcar su guión. McMillan pasa de puntillas sobre la desintegración familiar tras la tragedia y muestra de pasada a esas madres que están dispuestas a reencontrarse con sus hijos reanimados, del mismo modo, que usa a Lisa Kay como un inconsciente escudo contra los elementos sobrenaturales del argumento. Es decir, no queda muy claro si quiere contar el melodrama ambicioso de una madre afligida pero determinada a encontrar un cierre a su dolor o una historia de fantasmas y campos de caña siniestros que se ciernen sobre ella con la intención de alejarla del lugar. Y todo ello resulta terriblemente desconcertante.
Un thriller fantasmagórico, en definitiva, desigual pero visionable y de resultado aparente pero superficial, donde la principal aportación de su director consiste en ofrecer una línea dramática ligada al dolor de una madre, pero que un cineasta con más inspiración hubiera sabido sacar mucha más punta a unos personajes con todo ese potencial sobrecogedor como son los niños reanimados y sus madres, así como cierto debate en torno a la decisión de ocultar una tragedia para seguir manteniendo a flote la cordura de una comunidad.