Otro de los innumerables films surgidos a raíz del espectacular éxito de El exorcista (1973) de William Friedkin, que incluso iba a ser inicialmente producida por los estudios Warner antes de caer en manos de 20th Century Fox, cuyo libreto escrito por David Seltzer sobre fuerzas diabólicas que intentan sustentar al Anticristo en la figura de un niño, resulta progresivamente demencial a pesar de la sobriedad narrativa y el buen hacer del artesano Richard Donner. A destacar la maravillosa dirección de actores, con un David Warner absolutamente inolvidable, y el buen uso de los golpes de efecto, que casi consiguen convencer al espectador que una acumulación de oscuras casualidades están detrás, no del estado de histerismo contagioso de los personajes, sino del advenimiento del antagonista de Cristo. Todo ello, por supuesto, reforzado por una partitura magistral de Jerry Goldsmith, el maestro de la música de suspense, por el cual se ganaría su única estatuilla de la Academia.
Adaptación de la novela homónima de Stephen King apenas dos años después de su publicación, sobre una joven con poderes sobrenaturales que acabará sirviéndose de estos como sangrienta y catártica liberación de un entorno doméstico religiosamente estricto y otro escolar enormemente humillante. Precursora en muchos aspectos, se trata de la primera traslación cinematográfica del popular escritor, a través de un desarrollo fílmico tan efectista como descaradamente presuntuoso, que no gustó demasiado a la crítica del momento. Pese a todo, las interpretaciones de las dos protagonistas merecen más que aplausos y ambas fueron nominadas por la Academia en las categorías de Mejor Actriz y Mejor Actriz de Reparto, respectivamente. Del mismo modo, su demoledor e impactante final, que pronto sería imitado hasta la saciedad, así como su perturbadora escena de la graduación, la valieron pasar a la posteridad como exponente del terror cinematográfico.
Sin duda, en la carrera del prolífico John Carpenter, uno de los filmes más infravalorados y más atacados por la crítica del momento, sobre un grupo de científicos, a las órdenes de un sacerdote católico, que trata de contener una fuerza maligna milenaria en el sótano de una iglesia. Tras un arranque prometedor que degenera progresivamente por culpa, no tanto de la ausencia de motivación de su director, descontento por el trato que le dispensaron los grandes estudios tras el fracaso económico de su anterior película, como del irrisorio presupuesto. Carpenter echa mano de sus viejas estructuras narrativas y de sus trucos más artesanales para filmar una historia fantástica de ritmo y atmósfera más que notables, que los incondicionales del género disfrutarán a pequeña escala, pese a que la forma de narrar de Carpenter quedaría rápidamente en desuso en favor de un cine mucho más aparatoso técnicamente y más superficial narrativamente.
Una de las propuestas de terror religioso más interesantes y visualmente muy estilizada, dirigida por Gregory Widen, quien fuera guionista de Los Inmortales (1986) , y que proponía, a través de la subversión de los tropos del subgénero, una historia en la que los ángeles y los demonios se equiparan en cuanto a villanía y mundanidad, puesto que a pesar de contar con asombrosas habilidades sobrenaturales, sus motivaciones resultan de lo más cotidianas, así como su mortalidad. Su interés radica básicamente en dibujar a unos ángeles malvados encabezados por un Christopher Walken de tez blanca como la tiza y mirada que te congela el alma, que tiene una cierta visión despectiva de los seres humanos y se dedica a reclutar drogadictos y suicidas para aumentar sus filas. Resulta sorprendente que con un actor como Walken, el protagonista sea un insustancial Elias Koteas. El reparto cuenta además con otros relumbrones como Viggo Mortensen, Virginia Madsen, Eric Stoltz o Amanda Plummer.
Respuesta de la Universal, a los éxitos cosechados por Warner El exorcista (1973) y 20th Century Fox La profecía (1976) en pleno apogeo del cine terrorífico, basada en la novela homónima de Jeffrey Konvitz, que sitúa la Puerta del Infierno en un apartamento neoyorquino, alquilado por una incauta modelo. Un psicodrama religioso muy original y sorprendente dentro de lo que cabe, deudor del clásico de Roman Polanski La semilla del Diablo (1968) , tanto por estética como estructura narrativa, que no termina de apurar al máximo las posibilidades de su argumento, sobre todo en lo que se refiere al paralelismo que efectúa entre las fuerzas el Bien y el Mal, y su atmósfera perturbadora y malsana. Como curiosidad destacar que gozó de un reparto plagado de viejas glorias como Ava Gardner, Burgess Meredith o John Carradine, que se entremezclaban con memorables jóvenes promesas como Chris Sarandon, Tom Berenger, Jeff Goldblum o Christopher Walken. La lista es interminable. Y, por último, el detalle escabroso de que su director Michael Winner utilizó actores no profesionales con deformidades reales para su clímax, demencial donde los haya.
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