#CriticadeMiedo

Última noche en el Soho

Entremezclando con habilidad un elegante pastiche y una espeluznante clásica historia de fantasmas, Edgar Wright vuelve a posicionarse en los altares del fantástico británico con este intenso cuento de hadas oscuro y decididamente sangriento, que bebe tanto de las películas de miedo británicas de los sesenta como de otras fuentes más dispersas como el neogiallo o el horror fantasmagórico. Interpretado con pulcritud por dos de las mejores actrices jóvenes del momento, cuenta además con una suntuosa imaginería con momentos de auténtico espeluzno.

Título original: Last Night in Soho (UK, 2021) Color, 116 mins.
Director: Edgar Wright
Reparto: Thomasin McKenzie, Anya Taylor-Joy, Matt Smith, Michael Ajao

★★✰✰

Desde el estreno de Zombies Party (Una noche… de muerte) en 2004, el británico Edgar Wright ha sido un referente a seguir en el panorama fantaterrorífico contemporáneo al servicio de su Majestad. Como maestro de la técnica, sus películas, si se caracterizan por algo, es por la esmerada pulcritud con la que están filmadas y por su elegante estilo visual, rozando el posmodernismo. Bajo la forma de un oscuro cuento de hadas, Última noche en el Soho, escrita por la guionista Krysty Wilson-Cairns, supone la culminación de sus habilidades y el empuje necesario para volver a posicionarle en los altares del fantástico británico.

Entremezclando con habilidad un pastiche elevado y una espeluznante clásica historia de fantasmas, con flecos del neogiallo de Peter Strickland y del goticismo de las películas de miedo británicas de los 60 dejándose sentir en cada esquina, Última noche en el Soho cuenta la historia de una joven con aspiraciones en el mundo de la moda, interpretada por una impresionante Thomasin McKenzie, que se muda a Londres con el anhelo de convertirse en diseñadora y que comienza a tener ensoñaciones con el psicodélico paisaje noctámbulo de los vibrantes años 60 londinenses y la figura de una aspirante a cantante, no menos impresionante Anya Taylor-Joy. Poco a poco, los sueños se van tornando más oscuros, cuando la artista termina en un cabaret nocturno bajo las garras de un cruel proxeneta que la obliga a prostituirse y algo decididamente siniestro parece acechar desde las profundidades de sus pesadillas.

Última noche en el Soho es un regreso al horror de antaño, al horror de historia simple pero efectista, de imágenes impactantes y situaciones que no huyen del componente sangriento pero que están más centradas en el aspecto psicológico y con los sustos justos para mantener el corazón acelerado pero sin pasarse. Edgar Wright maneja a la perfección los códigos del género, esto es una obviedad, y nos presenta una clásica historia de fantasmas hipermuscularizada con reminiscencias de transferencia identitaria del tipo Jekyll y Hyde y cierta sátira de la idolatría moderna a la hueca nostalgia mercantilizada de eras pasadas, que son representados de manera idealizada y edulcorada, en estos tiempos de utopías personales y cosificación de la belleza que ofrecen las redes sociales. El director británico no solo amplía el suspense con sabiduría sino que además añade elementos estéticos deslumbrantes y un dinamismo visual apabullante, repleto de simbolismos, juegos de reflejos y un delirante fetichismo retromaníaco.

Mención especial requiere el reparto, donde tanto Thomasin Mckenzie como Anya Taylor-Joy dan lo mejor de sí mismas cuando la historia esculpe los detalles de sus personajes, en ese vaivén fantástico entre la realidad y la fantasía onírica, y son capaces de construir una conexión emocional con el espectador. Mckenzie como la heroína ingenua y soñadora y Taylor-Joy como la antiheroína de mirada y movimientos hipnóticos que baja por las escaleras de un club nocturno y baila al ritmo sinuoso de You’re my world de Cilla Black. Sin duda, sus interpretaciones son lo mejor de Última noche en el Soho, pero tampoco habría que olvidarse de característicos como Terence Stamp o, sobre todo, Diana Rigg.

En resumidas cuentas, Última noche en el Soho es un trabajo de estética impecable y narración intensa de Edgar Wright, una buena película de horror ambientada en el ambiente nocturno londinense de los años sesenta, reforzada por la impresionante interpretación principal y una suntuosa imaginería de colores palpitantes y embriagadores mezclados con momentos de auténtico espeluzno.