Se acerca Halloween, lo que significa que para los aficionados al horror nos encontramos en una época especial. Durante los dos últimos años Terrorbit ha elaborado un Festival Streaming de Cine de Terror en el que proponemos una película espeluznante que se puede ver desde las pantallas hogareñas cada día de octubre.
Un maratón de películas de todos los tiempos lleno de diversidad en las propuestas y de sangre, muchos litros de sangre, que hará las delicias de todos los aficionados al género y de aquellos que se acerquen con espíritu aventurero y ánimo de pasarlo de miedo.
Así que, tanto si te gusta el cine de suspense, como el de monstruos tradicionales, los asesinos en serie o el gore más explícito, acurrúcate en el sofá, baja las luces y coge unas palomitas para disfrutar de una terrorífica y entretenida lista de recomendaciones cinematográficas para disfrutar de Halloween.
Uno de los films más estimulantes de la década de los 80, que se anticipó a la moda del docudrama o falso documental de horror y que ha servido como base de inspiración de numerosos films posteriores, que perseguían obtener esa apariencia visual entre lo mundano y lo doméstico, espantosamente brutal, que retrataba la sordidez que rodea a la figura de un asesino en serie (Michael Rooker) y sus desmanes homicidas. Pero, sobre todo, la disección y el análisis del espectador como voyeurista ávido de imágenes truculentas, ese que estira el cuello para ver un cuerpo descuartizado en una bañera (aunque sea discretamente). Henry: Retrato de un asesino es innegablemente perturbadora, un film de serie B superior, cuando el cine de serie B era digno de ver, que explota hasta el límite de lo insoportable el miedo más primario y visceral, así como la conciencia del público. Inspirada, por cierto, en el asesino real Henry Lee Lucas.
El maestro del macabro, Tim Burton sorprende de nuevo con este gótico recuento de la leyenda de Washington Irving, que mezcla terror, fantasía y romance a partes iguales. Una historia de terror entretenida, probablemente una de sus películas más redondas, en la que destaca por encima de todo la inquietante suntuosidad visual de su director de fotografía Emmanuel Lubezki, inspirada en las viejas películas de la productora Hammer, y que cuenta con ilustres espectaculares como Christopher Lee, Michael Gough, Ian McDiarmid o Michael Gambon. Sleepy Hollow es un perfecto cuento de terror gótico, con pinceladas de trama detectivesca, un entretenimiento insuperable que representa a la perfección la imaginería cruel pero no desprovista de magia, ni de sentido del humor, tan propia del realizador de Batman (1989) o La novia cadáver (2005) .
Antología de cinco episodios basados en relatos escritos por el magistral Stephen King, quien además se reserva un papel protagonista en el segundo episodio, dirigidos nada más y nada menos que por George A. Romero, lo cual le presta la deseable uniformidad al conjunto. Creepshow sirve como homenaje a los clásicos tebeos de la década de los 50 y a las numerosas producciones de la británica Amicus que durante los 70 también adaptaron algunas de las historias contenidas en las páginas ilustradas de la editorial E.C. Comics. Como toda antología, resulta algo irregular en cuanto al tono de sus episodios y el nivel de terror. Al mismo tiempo, sorprende el abierto mensaje moral de cada relato, por otra parte, típico de los originales del papel impreso, donde a los protagonistas les solía ocurrir cosas aterradoras pero, en su mayor parte, bien merecidas. Recibió algunas críticas por la frivolidad con la que fueron tratadas las historias, que contrastaba con los realistas efectos especiales de Tom Savini, pero, de igual manera, cualquiera que haya leído los tebeos reconoce que fueron diseñados para provocar más risas que sustos. Y en esto, la película de Romero funciona a la perfección.
En algunas ocasiones, los films más terroríficos no necesitan recurrir a elementos sobrenaturales o grandilocuentes para infundir miedo. Tal es el caso de esta fantasía de la violencia, basada en una novela de James Dickey, quien también firma el guión, y que se llevó tres nominaciones a los Oscar de 1972. Contada como una de las películas más reputadas de John Boorman, Defensa se aprovecha de un reparto de lujo, que incluye a Jon Voight y Burt Reynolds en el apogeo de sus carreras, para narrar una suerte de drama de aventuras, extremadamente violento y con un claro mensaje ecologista contra la odiosa costumbre de la civilización de invadir los espacios naturales, donde cuatro hombres de negocios, que disfrutan de un fin de semana haciendo rafting en una apartada zona boscosa de Georgia que pronto va a ser cubierta por las aguas de una presa, serán aterrorizados por unos rencorosos cazadores furtivos. A día de hoy, uno de los mejores representantes del cine de supervivencia y de lo que sucede con los valores civilizados cuando son llevados hasta el extremo de lo soportable, en un entorno hostil y pesadillesco.
Aunque no es exactamente una película de terror, más bien un thriller de suspense, la holandesa Desaparecida es una de las películas más aterradoras de la década de los 80, sobre todo por su manejo de la tensión y la desesperación de su protagonista (Gene Bervoets) quien ve cómo su novia (Johanna ter Steege) desaparece, sin dejar rastro, de una estación de servicio durante sus vacaciones por Francia. Inspirándose libremente en una novela de Tim Krabbé, George Sluizer, quien también dirigiera un remake estadounidense de inferior calidad, cinco años más tarde, disecciona con acierto el miedo primario de cualquier turista, pero sobre todo, nos sorprende saltándose de manera inesperada la familiar fórmula del thriller de personas desaparecidas, para introducir también al supuesto secuestrador, un escalofriante Bernard-Pierre Donnadieu, quien proporciona un giro inesperado a la historia, llevándola al terreno del terror existencial, casi filosófico, y concluyendo con uno de los finales más horripilantes y descarnados de la historia del género. Una obra maestra del pavor existencial que no olvidarás jamás.
Una de las más célebres adaptaciones del original de Conan Doyle y la mejor película de Sherlock Holmes jamás realizada, contaba con el auspicio de Hammer Films y la magistral dirección de Terence Fisher pero, aún así, considerada por muchos como un film menor dentro de su filmografía. Fisher utilizó con habilidad la iconografía de la imaginería victoriana para establecer un elegante estudio de la visión racional de los casos de Sherlock Holmes (Peter Cushing) y la crueldad que se esconde en el alma humana, encerrada en un mundo todavía marcado por la superstición y los prejuicios. Por méritos propios, Cushing se convierte en el héroe perfecto de Fisher, realizando una de sus mejores interpretaciones, y Christopher Lee le pone el contrapunto como el heredero de los Baskerville amenazado por una maldición familiar. El excepcional tono gótico de la película lo establece la maravillosa fotografía en Technicolor de Jack Asher, cinematógrafo de un buen puñado de producciones de la exitosa productora británica. A destacar también el papel de mujer salvajemente apasionada de Marla Landi, que la revelaría como una de las más interesantes «Chicas Hammer», absolutamente desaprovechada en años venideros y quien volvería a coincidir con Christopher Lee en The Pirates of Blood River (1962) de John Gilling, también producida por Hammer Films.
Una de las más notables recreaciones cinematográficas del subgénero de casas encantadas, realizada a partir de la célebre novela de Shirley Jackson, La maldición de Hill House, sobre un antropólogo (Richard Johnson) y dos mujeres con facultades extrasensoriales (Julie Harris, Claire Bloom) que investigan los fenómenos paranormales de una supuesta mansión encantada bostoniana, cuyos propietarios siempre terminan perdiendo la vida en misteriosas circunstancias. Dirigida por el artesano Robert Wise, se encuentra a medio camino entre la racionalización del fenómeno poltergeist y la fantasía desmadrada (esa puerta que respira aterrorizando a las protagonistas, por ejemplo). Wise, quien dirigiera su primera película La venganza de la mujer pantera (1944) bajo la batuta de Val Newton, se esfuerza al máximo para que la película resulte más sugerente que explícita y ello resulta en cierta confusión y perdida de coherencia. A pesar de todo, posee un excelente sentido de la atmósfera gótica, centrada sobre todo en la imponente localización, y confiere a la historia cierto aire paranoico, gracias principalmente al uso de lentes distorsionadas por parte del cinematógrafo Davis Boulton (Los hijos de los malditos, 1964 ). La mansión encantada se convertiría en todo un clásico del género y daría lugar, años más tarde, a un remake muy inferior, bajo la dirección de Jan de bont, con Liam Neeson, Catherine Zeta-Jones y Lily Taylor. La siguiente incursión de Wise en el horror sería Las dos vidas de Audrey Rose (1977) , otra obra destacada en el género terrorífico.
Después del desastroso experimento del realizador Tobe Hooper con La matanza de Texas 2 (1986) , menos secuela que parodia de su propia película, la productora New Line Cinema vuelve a intentar recuperar la franquicia cuatro años más tarde, confiando esta vez la dirección a un inexperto Jeff Burr (Gritos y susurros, 1987 ), quien incluso llegó a ser despedido para volver a ser contratado cuando nadie más se ofreció para dirigirla. El resultado fue un film más sádico incluso que los dos anteriores y más explícito, a pesar de que el nivel de gore contenido en el guión firmado por el escritor David J. Schow fuera rebajado ostensiblemente por la productora. La matanza de Texas III, curiosamente ignorando todo lo acontecido en la película de 1986, devuelve el material a sus orígenes y gira en torno a una pareja que se topa con el clan de matarifes caníbales en una aislada granja de Texas. Se trata de una producción mucho más elaborada, que se aproxima al tono enloquecido de la primera (por ejemplo, en su tratamiento del personaje de Kate Hodge, llevando el síndrome de la mujer-víctima a extremos bastante hiperbólicos) pero sin alcanzar el nivel de terror genuino e impactante de aquella. Curiosamente, la película tuvo un mal resultado en la taquilla, aunque se hizo muy popular en las estanterías de los videoclubs de todo el mundo.
Probablemente la más conocida de todas las producciones que han abordado el famoso mito del Yeti en la década de los 50, producida por la legendaria Hammer Films y realizada en el mismo año que La maldición de Frankenstein (1957) de Terence Fisher, lo cual eclipsó en cierta manera su estreno. Michael Carreras, productor de ambas, recurrió al artesano Val Guest para dirigirla, todo un experto en el género y quien despuntase con la superior El experimento del Dr. Quatermass (1955) , y a la pareja Peter Cushing y Forrest Tucker para encarnar a los esforzados protagonistas que se enfrentan durante una expedición al Himalaya a la mítica criatura de las nieves. Basada en un guión televisivo de Nigel Kneale, quien también colaboró con Val Guest en la exitosa Quatermass, la Hammer trató de repetir el éxito anterior, con un acercamiento verdaderamente original a la criatura y con evidentes muestras de denuncia social; la cual, pese a las apariencias, resulta finalmente amistosa y poseedora de cierto poder telepático. Con todo, no resultó del todo convincente, a pesar de que Guest supo aprovechar al máximo la no presencia de la criatura, escamoteada a la vista del espectador durante la mayor parte del metraje, para recrear la tensión necesaria en una película del género, partiendo del excelente uso de las sombras y los escenarios nevados.
El último de los films que produjo Hammer Films con el personaje creado por Bram Stoker y protagonizado por el tándem Peter Cushing, Christopher Lee, que marcó el comienzo de la decadencia de la productora británica, y que insiste en insertar al Conde Drácula en el Londres de la época. Intento que ya se probara en la anterior entrega de la serie, la desafortunada Drácula 73 (1972) dirigida también por Alan Gibson. Con más acierto que su predecesora, esta actualización muestra al Conde como un poderoso industrial, con ínfulas de villano de James Bond, obsesionado con propagar un virus letal por la faz de la tierra. Todo ello mezclado con cierta tendencia a sumarse a la moda de los films sobre satanismo y el diablo (no en vano, ese mismo año se estrenó también El exorcista de William Friedkin) y elevadas dosis de erotismo más o menos explícito. Con esta película, Lee se despidió del personaje del Conde, mientras que Cushing aún retomaría su papel de Van Helsing en el divertido pastiche de vampirismo y artes marciales, Kung Fu contra los 7 vampiros de oro (1974) . Los ritos satánicos de Drácula marcó un hito en la evolución de Conde y, aunque hubo algunos intentos aislados de reelaborar la formulación original de la leyenda, las futuras películas inspiradas en el personaje tendieron a ser parodias o meras inyecciones de vampirismo en películas gore o sexuales, como Amor al primer mordisco (1979) de Stan Dragoti o Sangre para Drácula (1974) de Paul Morrissey, por ejemplo.
Claramente inspirada en Psicosis (1960) , una de las películas más célebres de la prolífica filmografía de William Castle, el maestro de la serie B. Thriller psicológico truculento donde los haya, rodado justo después de Trece Fantasmas (1960) , Castle se inspira en Hitchcock hasta para reservarse una aparición personal en el prólogo para documentar que la historia está basada en un caso real y dar paso a un comienzo bastante intrincado en el que una joven (Jean Arliss) asesina al juez de paz que la acaba de casar con un desconocido, para darse a la fuga y viajar a una lúgubre mansión donde viven dos hermanastros y su anciana ama de llaves (Eugenie Leontovich), que se encuentra postrada en una silla de ruedas sin poder moverse, ni hablar. Las similitudes con Psicosis saltan a la vista: largos primeros planos de Arliss conduciendo presa de la turbación, cuchilladas que imitan las de Norman tanto en la técnica como en el tono (gracias a la excelente fotografía en blanco y negro del ganador del Oscar Burnett Guffey), el giro sorpresa, etc. Sin embargo, Homicida va en una dirección diferente y la motivación homicida es más mundanal que la represión y la culpabilidad hitchckonianas. A modo de anécdota, describir que el gimmick o gancho que utilizó Castle en esta película consistió en un truco llamado la «pausa del susto», dos minutos antes del final, durante el cual cualquier espectador demasiado asustado para continuar el visionado podría abandonar la sala, recuperando el precio de la entrada a condición de que permaneciera en una zona habilitada como el «rincón del cobarde», iluminada con luces amarillas a la vista de todo el mundo.
Adaptación de la Universal de una novela de J.B. Priestley de enorme popularidad en la época, dirigida por James Whale y considerada como una de las grandes películas de terror de todos los tiempos. Una de las primeras veces en las que es desarrollada la premisa de un grupo de viajeros, varados por culpa de una tormenta y obligados a buscar refugio, aterrorizados por los habitantes de un viejo caserón que oculta un secreto aún más espeluznante que los dementes moradores. Whale manejó un reparto excepcional donde rivalizaban actores de la talla de Boris Karloff, Charles Laughton y Raymond Massey, acompañados por una magistral Gloria Stuart. Ejemplo pivotal del subgénero de casas encantadas, que juega con los claroscuros expresionistas de la fotografía de Arthur Edeson y con el sonido para explorar elementos de horror, suspense y bizarrismo, combinados con una sutileza extraordinaria, y convertir una comedia costumbrista, repleta de humor negro, en una pesadillesca tragedia de los horrores.
El primer título del ciclo que la productora American International Pictures (AIP) y el director Roger Corman le dedicaran a la obra literaria de Edgar Allan Poe y una de las muestras más brillantes del mismo, pionera de una nueva manera de entender el género fantaterrorífico, creando una imaginería propia absolutamente reconocible por el espectador. Un horror de tintes góticos que adapta a la perfección el mundo literario de Poe en un fascinante espectáculo visual, de atmósferas terroríficas y personajes grandilocuentes. En especial, el Roderick de Vincent Price, ese obsesionado y decadente noble que vive encerrado en su imponente mansión, atormentado por la culpa de haber enterrado en vida a su hermana Madeline (Myrna Fahey) para que ésta no le abandone por un joven pretendiente (Mark Damon). Todo un clásico que enterró de un plumazo, la interminable oleada de monstruos en blanco y negro que plagaban el panorama del terror norteamericano hacia finales de los años cincuenta. Introduciendo el CinemaScope de manera inusualmente expresiva, gracias a la rica fotografía de Floyd Crosby, Corman muestra un notable cuidado por el detalle y el estilo visual, que se mantendría prácticamente sin cambios en la serie de producciones que se sucedieron los cuatro años siguientes hasta concluir con La tumba de Ligeia (1964) , la última película del ciclo Corman/Poe.
Basada libremente en la novela El Hombre Lobo de París de Guy Endore, esta película fue la única incursión que en el mito del hombre lobo produjese la añorada Hammer Films. El típico cóctel terrorífico-histórico costumbrista, con inflexiones religiosas y ambientado en la España del siglo XVIII, donde el licántropo se muestra más humanizado y atormentado que en ocasiones anteriores, incluso con ciertos ecos de El doctor Frankenstein (1931) de James Whale (esos pueblerinos furibundos, antorcha en mano, acosando a la bestia en un campanario) y donde la correcta realización de Terence Fisher, a pesar de no llegar al nivel de calidad de sus trabajos anteriores, y el buen maquillaje licantrópico, obra de Roy Ashton y claramente inspirado en el de Jean Marais para La bella y la bestia (1946) , la posiciona como una de las mejores reinterpretaciones del mito de todos los tiempos.
Menos una secuela que un elaborado remake de Posesión infernal (1983) , un clásico de culto del horror granguiñolesco, con el que el realizador y guionista Sam Raimi regresa al escenario de su ópera prima donde un nuevo grupo de incautos se adentran en una montaña rusa de gore y humor grueso que nunca baja de ritmo y que eleva el tono alocado de terror splatstick del original, extremando los elementos autoparódicos y su fetichismo por el uso de lentes especiales y perspectivas forzadas, y entregando una de las mejores comedias terroríficas de la historia del género, que utiliza la truculencia excesiva para provocar ese tipo de shock que se encuentra entre el grito y la risa histérica (como el momento en el que el protagonista (Bruce Campbell) se debate entre recuperar su mano desmembrada o descerrajarla un tiro de escopeta). Con toda la primera película condensada de manera ingeniosa en los primeros cinco minutos y una continuación soportada sobre la vis delirante de su actor principal, la habilidad narrativa de Sam Raimi hace que Terroríficamente muertos vaya más del simple pastiche splatstick y se convierta en una sátira sorprendentemente aguda sobre el cine gore llevado hasta el extremo de convertirse en surrealista.
Thriller de ciencia ficción terrorífica, que parte de una premisa, previamente apuntada en Proyecto Brainstorm (1983) de Douglas Trumbull, tan curiosa como prometedora: la posibilidad de introducirse en la mente de las personas, en esta ocasión a través de los sueños, y desentrañar sus pensamientos más ocultos. Con abundantes dosis de conspiración política y un presupuesto más que ajustado, el realizador y guionista Joseph Ruben, quien hasta el momento tan solo había rodado comedias estudiantiles, se da a conocer como maestro del cine de suspense; posteriormente se haría mundialmente famoso con el blockbuster Durmiendo con su enemigo (1991) . La gran huida cuenta con un impresionante cuarteto protagonista, que incluye a Dennis Quaid, Max von Sydow, Christopher Plummer, Kate Capshaw y está considerada como la película se anticipó a Pesadilla en Elm Street (1984) en la introducción del aterrador principio fundamental que catapultó al film de Wes Craven como uno de los mejores films de la historia del género: si mueres en el sueño, mueres en la vida real. Lástima que no termine de aprovechar al máximo sus posibilidades, pues podría haber quedado una obra maestra.
A lo largo de la década de los 80, surgió una pequeña distribuidora de cine de bajo presupuesto creada por Charles Band, productor y director norteamericano especializado en el género fantaterrorífico, la cual tuvo sus años dorados hacia mediados de la década, con el inesperado éxito comercial de Re-Animator (1985) . El morador de las tinieblas pertenece a su tercera etapa y dio paso al declive de la distribuidora. Película de monstruos clásica, que supuso el debut como guionista de Don Mancini, quien escribiera el guión de Muñeco diabólico un año más tarde, y cuyo reparto contaba con la presencia de Jeffrey Combs, como el creador de un comic de horror cuya criatura cobraba vida en el mundo real, junto a la veterana Yvonne de Carlo en uno de sus últimos papeles y el debut cinematográfico de Debrah Farentino, quien gozaría de cierto relumbre televisivo en los 90. En definitiva, típico ejemplo de las producciones Empire Pictures que inundaban las estanterías de los videoclubs de medio mundo, de escueta duración y que rinde una especie de homenaje a las colecciones de tebeos de fantasía y terror de los 70, con sus convenientes dosis de gore, efectos especiales (no en vano está dirigida por un técnico de FX, John Carl Buechler) y mucha diversión palomitera.
Una de las producciones menos conocidas de la Full Moon Entertainment, la distribuidora que naciera tras la quiebra de Empire Pictures, y que estuviera inspirada de manera más o menos reconocida en el Doctor Extraño, creado por Steve Ditko y Stan Lee para Marvel, pero un problema de derechos obligó al productor y director Albert Band a cambiar el nombre del personaje. Una vez más estamos ante el típico subproducto de bajo presupuesto apadrinado por la familia Band, aquí sus hijos Charles y Albert están acreditados como guionista/codirector y compositor, respectivamente. La idea original era crear una serie televisiva pero todo se quedó en esta pequeña joya del terror kitsch, cuyos efectos especiales corrieron a cargo del artesano David Allen, maestro del stop-motion (Aullidos, 1981 ). Desde su lanzamiento en el mercado del VHS, la película de los Band se convirtió en el objeto de culto de los aficionados y marcó la mejor época de Full Moon, hermanada con Paramount Pictures, con el nacimiento de sus grandes franquicias estrella, como Puppet Master (1989) y Subspecies (1991) .
Secuela de Tiburón (1975) , uno de los mayores éxitos comerciales de toda la historia del cine, que ya no contó con Steven Spielberg pero sí con buena parte del equipo técnico y artístico y con una trama que giraba en torno a la presencia de un nuevo gigantesco tiburón blanco perturbando la paz de una pequeña localidad turística de Long Island. A pesar de los notables cambios en la dirección, inicialmente se contrató a John Hancock (La maldición de los Bishop, 1971 ) pero abandonó la producción a las tres semanas de rodaje para ceder el puesto al competente Jeannot Szwarc, Tiburón 2 es una digna sucesora en cuanto a horror y suspense del clásico de 1975, que aunque adolece de ciertas debilidades en el guión de Carl Gottlieb y Howard Sackler y de unas interpretaciones bastante desiguales, puso más énfasis en la acción y en las apariciones del tiburón, consiguiendo una tensión casi agónica en la parte de los jóvenes regatistas asediados en alta mar. Aunque no repitió el éxito de la original, llevar la amenaza del tiburón a un puñado de niños chillones y a plena luz del día fue todo un acierto. Sorprende, sin embargo, que a pesar de aumentar el número de ataques del tiburón, éstos fueran mayormente implícitos y sin sangre.
Una joya del cine fantástico de los años 30, protagonizada por el genial Bela Lugosi tras su enorme popularidad cosechada con Drácula (1931) , y considerada como la primera aparición destacable de los muertos vivientes en el cine como icono terrorífico. Rodada en un momento de máximo esplendor para el género fantaterrorífico y, a pesar de su ínfimo presupuesto, contribuyó al mismo con una excelente atmósfera entre lúgubre y gótica, envolviendo una historia que gira en torno a la figura de un malvado sacerdote vudú que ayudará al amoral propietario de una plantación antillana a conseguir los favores de una joven a punto de casarse. Como curiosidad cabe mencionar que, debido a los escasos fondos, los hermanos Edward Halperin y Victor Halperin, productor y director respectivamente, aprovecharon escenarios de otras películas como el castillo de la mencionada película de Tod Browning, algún mobiliario de El legado tenebroso (1927) de Paul Leni, y un sótano de El doctor Frankenstein (1931) de James Whale. Junto a los zombies, esta película también dio el bautismo de fuego al tema del vudú en la pantalla grande, ambos omnipresentes en el género fantástico con el transcurrir de los años.
Una de las numerosas adaptaciones cinematográficas de la extensa obra literaria de Stephen King, basada en una novela que el maestro del horror firmó bajo el pseudónimo de Richard Bachman y dirigida por un conocido del género como Tom Holland (Noche de miedo, 1985 ), su guión con ínfulas de denuncia social sobre la diferencia social y la amoralidad de las clases poderosas tiene tendencia a derivar y se queda en un examen bastante superficial y ciertamente insatisfactorio, pero este body horror cuenta con una producción más que competente y las inestimables apariciones de Joe Mantegna y, en especial, Michael Constantine, como un patriarca gitano que maldice al autor del homicidio involuntario de su hija, un abogado sin escrúpulos con problema de sobrepeso (Robert John Burke) que para librarse prisión recurre a sus contactos con el crimen organizado de Connecticut. Cabe destacar también los impresionantes maquillajes del ganador de cuatro premios de la Academia Greg Cannom, que consiguen hacer que un actor de peso medio parezca un muerto en vida. Es cierto que nunca termina de asustar del todo y que algunas de sus interpretaciones parecen estar más estereotipadas que su representación de la comunidad gitana norteamericana, pero qué duda cabe que la artesanal dirección de Holland eleva el producto por encima de la clase media y la convierte en una excelente adición para la noche de Halloween que se aproxima.
Vuelta de tuerca al mito del licántropo en versión adolescente, con considerables dosis de denuncia social sobre la represión sexual y el empoderamiento femenino. Producida en Canadá, en una época en la que, más allá de los films de David Cronenberg y el éxito comercial de Cube (1997) de Vincenzo Natali, se limitaban a producir producciones de bajo presupuesto norteamericanas y poco más. Dirigida y escrita por el novel John Fawcett, esta pequeña joya de culto gira en torno a una adolescente (Katharine Isabelle) que es mordida por un licántropo en plena pubertad y cuyo cambio hormonal acelera su transformación de bestia, al mismo tiempo, que da pie a una progresiva agresividad como mujer. Con una ambientación claramente de horror para adolescentes, de estética postindustrial suburbana, se convierte en una sangrienta y astuta parábola terrorífica que consigue plasmar a la perfección la rabia adolescente y la alienación de los jóvenes de hoy en día. Su gran acogida entre el público juvenil dio lugar a su continuidad en forma de trilogía, aunque ninguna de sus secuelas estuvieron a la altura.
La reconstrucción que Tobe Hooper, tras su éxito de crítica con La matanza de Texas (1974) y Poltergeist. Fenómenos extraños (1982) , hiciera del clásico de William Cameron Menzies y que giraba en torno a la impotencia de un niño, testigo del aterrizaje de una nave extraterrestre, a la hora de hacerse tomar en serio por las autoridades y evitar que los alienígenas controlen la mente de los habitantes de su pequeña ciudad californiana. Hooper se atreve a construir este homenaje al cine de ciencia ficción de los 50 como si una película de terror se tratase, con perspectivas forzadas para ofrecer el punto de vista del infantil protagonista y un tratamiento del suspense paranoico cercano al de Don Siegel en La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) . Maravillosa muestra del horror pulp que Hooper utiliza para resarcirse de las inmerecidas críticas generadas por su anterior film Lifeforce: Fuerza vital (1985) , hasta el punto de que incluso se permite mostrar una secuencia de ésta en la pantalla de un televisor.
Apreciable film de monstruos al estilo inglés (es decir, se ignora la naturaleza del monstruo y conviene descubrirla), el cual se trataba, en realidad, de una curiosa coproducción hispano-inglesa dirigida por nuestro especialista Eugenio Martín (La última señora Anderson, 1971 y Una vela para el diablo, 1973 ), quién firmó la versión inglesa bajo el pseudónimo de Gene Martin, y en general apreciada por muchos aficionados al género terrorífico, tanto en nuestro país como allende. Típico producto, por otra parte, inspirado en las producciones Hammer Films (no en vano contaba en su reparto con ilustres como Christopher Lee y Peter Cushing, aquí como aliados y no enemigos). Con un guión bastante entretenido, el cual contiene un buen puñado de giros narrativos muy oportunos y un montaje de cierto ritmo que nunca decae, la historia gira en torno al hallazgo de una misteriosa criatura en las estepas de Manchuria, que podría ser el eslabón perdido, y su traslado a Inglaterra a bordo del mítico Transiberiano por un científico inglés. Durante el viaje, la criatura volverá a la vida e irá asesinando, uno a uno, a los pasajeros del tren. Entre los característicos figuran nuestros entrañables Silvia Tortosa, Julio Peña, Víctor Israel y Helga Liné. A destacar, también, Telly Savalas quien realiza una vistosa actuación en modo «estrella invitada especial».
Una descomunal tarántula, producto de un fallido experimento para aumentar el tamaño de los animales, aterroriza una zona desértica de Arizona. Uno de los títulos más conseguidos de las populares Monster Movies de los 50, producidas por la Universal International Pictures (The Deadly Mantis, 1957 o Monstruos de piedra, 1957 ), y uno de los films menos conocidos de Jack Arnold, responsable de grandes clásicos del cine fantaterrorífico de la época como La mujer y el monstruo (1954) o El increíble hombre menguante (1957) , ambas también de Universal International. Con una sobresaliente atmósfera de horror, unos más que convincentes efectos especiales a cargo del maestro Clifford Stine y un excelente empleo del paisaje desértico como virtudes más destacables, Tarántula ofrece un gran espectáculo de monstruos, con su mensaje moral sobre los peligros de la investigación científica sin control y la aplicación del suspense por encima de las escenas de acción. A reseñar que se quedó sin estrenar en España hasta bien entrado el s. XXI cuando se publicó una versión en DVD y que Clint Eastwood tiene un brevísimo papel, como piloto de caza, sin acreditar.
Rutinaria secuela de La montaña embrujada (1974) , también dirigida por el británico John Hough, que, al contrario que la anterior, se quedó inédita en nuestro país hasta su distribución en vídeo casi diez años más tarde. Ahora son nada menos que Christopher Lee y Bette Davis los villanos raptores de los niños extraterrestres con poderes sobrehumanos, con objeto de servirse de sus habilidades sobrenaturales para sus fines diabólicos. Típico producto de la Disney que, aunque no es una de sus mejores aportaciones, hará las delicias de los más pequeños pues está cargada del tipo de trucos visuales tan apetecibles para ellos. Considerablemente mejor estructurada, narrativamente hablando, que su predecesora, John Hough maneja el predecible y tímido guión con un sorprendente grado de invención y energía, que no demostró cuatro años atrás. A destacar la aparición del característico villano Anthony James, quien ya coincidiera con Davis en Pesadilla diabólica (1976) de Dan Curtis y Kim Richards, en el papel de niña alienígena, a quien previamente habíamos visto en Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976) de John Carpenter y en Asesino invisible (1977) de Elliot Silverstein y volvería coincidir con Ike Eisenmann, el otro niño extraterrestre, en El perro del infierno (1978) de Curtis Harrington.
Secuela del exitoso film basado en un relato de Clive Barker, en esta ocasión dirigido con apreciable sentido del estilo por Bill Condon (Dioses y monstruos, 1998 ), y que gira en torno a una profesora de escuela (Kelly Rowan) que vive aterrorizada por la siniestra presencia de un espíritu maléfico (Tony Todd) que hace años asesinó brutalmente a su padre. Condon exhibe una sabia autoconciencia de sus propias limitaciones a la hora de igualar el éxito de 1992 y, lejos de desarrollar un material cercano a la contención de Bernard Rose, traslada la acción a la pintoresca ciudad de Nueva Orleans, a tiempo para el Mardi Grass, y acelera de una manera casi visceral la trama, atiborrándola de imágenes visualmente impactantes y una partitura muy perturbadora compuesta por Philip Glass. Con todo, la espeluznante fábula urbana del esclavo que regresa a la vida para vengarse de quienes le hicieron mal, con un garfio retorcido incrustado en el muñón de la mano derecha, no ha perdido un ápice de su capacidad para sobrecoger a la audiencia, hasta cerrar con un clímax ciertamente implacable.
La tercera entrega de la serie iniciada por Viernes 13 (1980) de Sean S. Cunningham, que contó con la misma truculencia que las anteriores pero con la novedad de la fotografía en 3-D. Repite en la realización Steve Miner, el único director que dirigiera dos entregas de la saga y que introdujera por primera vez la icónica máscara de hockey. Con una trama que comienza inmediatamente después de los acontecimientos de Viernes 13, 2ª parte (1981) y que introduce a un nuevo grupo de incautas víctimas que serán masacradas, una a una, por el inefable Jason, con los alrededores del Crystal Lake como escenario. Miner repite de manera descarada la planificación de algunas de las muertes de entregas anteriores, incrementando la brutalidad del resto volviéndolas más gráficas y explícitas. También incluirá una imitación/homenaje del impactante clímax del film de 1980 y ciertas dosis de ironía (una joven es asesinada mientras ojea las páginas de un número de Fangoria, una revista norteamericana especializada en películas de terror truculento).
Ambiciosa adaptación de una novela de Arturo Pérez-Reverte con la que Roman Polanski hace un nuevo acercamiento al cine de suspense terrorífico y, más concreto, a la intriga diabólica que ya tocase con La semilla del Diablo (1968) , sobre un traficante de libros raros sin escrúpulos que persigue un misterioso libro del siglo XVII, supuestamente escrito por el mismo Satanás y del cual solo existen tres ejemplares en todo el mundo. Con un reparto de lujo encabezado por Johnny Depp, Lena Olin y Frank Langella, tristemente esta película no disfrutó del éxito en taquilla que se esperaba, a pesar de que Polanski hiciera un enérgico ejercicio de misterio, con una increíble atmósfera terrorífica, en buena parte gracias a la excepcional fotografía de Darius Khondji, y contando en general con buenas interpretaciones. Pero, el guión poco matizado y estereotipado terminó por sentenciar la que, sin la menor duda, es la mejor adaptación de una novela de Pérez-Reverte a la gran pantalla.
Basada en una exitosa novela de John D. MacDonald, que más tarde iba a convertirse en uno de los films más interesantes de Martin Scorsese bajo el título de El cabo del miedo (1991) , esta pequeña obra maestra, que cuenta la historia de un abogado (Gregory Peck) y su familia que se ven aterrorizados por un sádico (Robert Mitchum) a quien envió a prisión y que ha regresado para vengarse, está dirigida por un menospreciado J. Lee Thompson, en su mejor momento, buen ejemplo de ello es el empleo de ángulos de iluminación inusuales y un uso del blanco y negro casi hitchcockniano. Con un enorme sentido de la tensión y de la atmósfera de intriga requerida para presentar unos de los thrillers psicológicos, aderezado con numerosas gotas de horror, más perturbadores e impactantes de todos los tiempos, El cabo del terror cuenta además con una excelente e inquietante partitura nada menos que de Bernard Herrmann, otra referencia a la admiración que del maestro tenía Lee Thompson, y una interpretación de Mitchum a la altura de su genial trabajo para La noche del cazador (1955) de Charles Laughton, la secuencia en la que amedrenta la hija del abogado (Lori Martin) a la salida de su colegio es sencillamente inolvidable; sobre todo, por todo aquello que insinúa y que no muestra de manera explícita: el sádico es obviamente un violador amoral y depravado y la forma en que quiere vengarse del abogado y «romperle el corazón» es violando a su hija adolescente.
La quinta película del ciclo de ocho que Roger Corman dedicó a la obra de Edgar A. Poe, a principios de los 60, vagamente inspirada en el poema «El Cuervo«, sobre un nigromante del siglo XVIII (Peter Lorre) que ha sido transformado en cuervo y busca vengarse, con la ayuda de un colega en las artes mágicas (Vincent Price), de un malvado enemigo común (Boris Karloff). Sin duda, un título singular dentro del ciclo pues, más que un nuevo capítulo, parece ser una sátira de la serie, repleta de grandes dosis de ironía y donde la brillantez formal y el goticismo se conjugan con cierto tratamiento hiperbólico en clave de comedia camp. Para ello, Roger Corman contó con idéntico equipo técnico-artístico y un guión del escritor Richard Matheson, quien ya había escrito los guiones de varias entregas anteriores, y el resultado fue una más que estimable y absolutamente fascinante autoparodia, donde Corman y compañía aprovechan la oportunidad para burlarse de la colorida exuberancia imperante en la serie y ridiculizar sus propias reputaciones cinematográficas. Cuenta además con una de las primeras apariciones en la gran pantalla de Jack Nicholson, quien más tarde coprotagonizaría junto a Karloff El terror (1963) fuera del ciclo de Poe, y la inolvidable Hazel Court, quien volvería a colaborar con Corman en La máscara de la muerte roja (1964) , en esta ocasión sí dentro del ciclo.
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