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Imagen por cortesía de © The Avenue Entertainment | DeAPlaneta

#CriticadeMiedo

Tiburón negro

Típico producto estival de tiburones asesinos, que se ciñe con eficacia a los cánones del formato sharksploitation pero presentando un curioso e inusual giro fantástico. Lástima que su nulo interés como denuncia ecológica contra el chapapote y la ridículamente mala interpretación de Josh Lucas, hagan que te encuentres deseando que la mítica criatura se coma al reparto lo más rápido posible.

Título original: The Black Demon (USA/MEX, 2023) Color, 100 mins.
Director: Adrian Grünberg
Reparto: Josh Lucas, Fernanda Urrejola, Venus Ariel, Carlos Solórzano

★✰✰✰✰ The Black Demon (2023) on IMDb


Desde que la película Tiburón de Steven Spielberg se estrenó en la pantalla grande el solsticio de verano de 1975, las películas con tiburones como protagonistas se han convertido en una tradición estival. La titánica lucha entre el rey de los océanos y el hombre ha dado lugar a un subgénero que se ha bautizado como sharksploitation y se ha nutrido de una buena colección de escualos de todos los tipos y tamaños. Ahora, le ha llegado el turno a los tiburones colosales, con el estreno casi simultáneo de Megalodón 2: La fosa (2023) de Ben Wheatley y Tiburón negro, aunque esta última presenta un curioso giro al fantástico.

Dirigida por el cineasta estadounidense Adrian Grünberg, Tiburón negro se adelanta casi un mes al estreno de su rival más directo, con una historia de terror ecológico ambientada en las costas mexicanas, donde una familia estadounidense se enfrenta a un legendario tiburón que les tiene acorralados en una plataforma petrolífera camino de la decomisación, cuyo catastrófico vertido de petróleo ha despertado a la gigantesca criatura.

Alejada de alguna manera de la fórmula bien engrasada de películas como la mencionada Tiburón y todas sus posteriores imitaciones, donde el nexo en común suele ser la existencia de un escualo asesino que se merienda a todo quisqui, conectándolo con ese miedo visceral y primitivo del ser humano a ser devorado vivo, Tiburón negro intercambia géneros tan dispares como la típica monster movie: hay un tiburón gigantesco, un megalodón (aunque nunca se usa dicho nombre en la película), que aterroriza al reparto. El eco-horror, sobadísimo y muy superficial, donde todo comienza con una ruina medioambiental causada por la insaciable corruptela autodestructiva de las corporaciones. Y, por último, el horror folclórico en forma de atávica leyenda mesoamericana.

En este sentido, Tiburón negro mantiene cierto nexo común con una de las secuelas directas del film de Spielberg: Tiburón, la venganza (1987) de Joseph Sargent, en el que se insinuaba cierta explicación mística para el comportamiento del tiburón y sus ataques, que se desviaba de la premisa original de la saga. El guionista Boise Esquerra introduce la figura del dios pagano Tláloc como si el descomunal tiburón fuera una reencarnación, o algo parecido, del vengativo Tláloc quien castiga a todo aquel que profana la naturaleza. Lástima, que Tiburón negro no desarrolle como es debido esta subtrama folclórica y caiga como casi todas sus predecesoras en la simple locura exploitation.

Lo cual, por otro lado, choca ostensiblemente con el hecho de Tiburón negro resulta bastante escasa de ataques del tiburón y sí abundante de diálogos chirriantes, deudores del cine de acción más bobalicón de la década de los 80, repleto de momentos estereotipados y personajes simplones, sin apenas profundidad. Aquí el desarrollo pasa por mantener atrapados a los protagonistas en una convenientemente destartalada plataforma petrolífera a merced del vengativo animal y por ello resulta necesario que todos tengan su momento de charla traumática (sin trauma no hay héroe que valga), seguido del de peligro, heroicidad o muerte.

El problema fundamental de Tiburón negro es que una película de serie B necesita nutrirse de un tono narrativo alocado y provocador para poder sobrepasar las limitaciones de presupuesto, y en este caso Adrian Grünberg debe haber pensado que a la audiencia le interesa más un melodrama sobre unas vacaciones que salen mal por culpa de la maldad corporativa, que una película de tiburones asesinos. Además, aparte de su guion repleto de clichés y carente de sutileza (la ruina del pueblo costero se representa en la figura de un perro flaco en una calle polvorienta, la playa está llena de plásticos, etc.), la interpretación de su discreto reparto se siente enormemente sobreactuada (en especial, la de un Josh Lucas caduco, que recuerda los peores momentos de Kevin Costner), lo cual deviene en personajes de cartón piedra y discusiones de existencialismo de telefilm de sobremesa.

En fin, debería suponerse que un film sobre un tiburón gigante en una plataforma petrolífera mexicana tendría que ser una tontería de puro entretenimiento. Una especie de homenaje nostálgico al cine ochentero de René Cardona Jr., en plan ¡Tintorera! (1977) o Furia asesina (1990) . Pero, lejos de esto, parece más una colega estrafalaria de Marea negra (2016) de Peter Berg que un vástago del brillante film de Steven Spielberg. Es cierto, que Grünberg lo intenta con lo que tiene, pero es que tiene muy poco, y aunque mantiene cierta tensión en lo cinematográfico, no deja de ser un subproducto de serie B que no impresiona demasiado.




terrorbit
terrorbit
Escritor y amante de cine de terror. Superfan de las películas de zombies, cuantos más zombies, mejor. Desde mis ojos, cuatro décadas viendo cine de terror os contemplan.