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Imagen por cortesía de © Vertical Entertainment | Vertice360 España

#CriticadeMiedo

El exorcismo de Georgetown

Thriller de terror religioso que pretende aprovechar la fórmula del «cine dentro del cine» y las conexiones metatextuales que mantiene con el clásico de William Friedkin, gracias a la relación paternofilial del director Joshua John Miller con el finado Jason Miller, quien interpretara al Padre Karras. A tal efecto, explota sin ningún pudor referencias a El exorcista, como el nombre del protagonista, el título de la película que se está rodando, etc., pero carente de un buen guion, un reparto eficaz (exceptuando a Russell Crowe, ni Ryan Simpkins, ni Sam Worthington aprovechan demasiado sus minutos en pantalla), o un mal a la altura.

Título original: The Exorcism (USA, 2024) Color, 95 mins.
Director: Joshua John Miller
Reparto: Russell Crowe, Ryan Simpkins, Sam Worthington, Chloe Bailey

★✰✰✰✰ The Exorcism (2024) on IMDb


Las películas que abordan el tema de los cineastas y el proceso de hacer cine han existido desde hace mucho tiempo. El género del horror cinematográfico ha explorado con cierta frecuencia este concepto, utilizando el entorno del cine como tema principal o el escenario donde suelen suceder fenómenos terroríficos, ya sean sobrenaturales o de otra índole. Las películas de terror sobre la realización de películas abarcan una amplia variedad de subgéneros y estilos. Algunas presentan asesinos en serie o monstruos aterrorizando a los equipos de filmación, mientras que otras adoptan un enfoque más psicológico del terror, centrándose en los efectos mentales originados por la creación de pesadillas cinematográficas.

Partiendo de este interés morboso y casi exhibicionista del proceso de realización cinematográfica, el actor neozelandés Russell Crowe, últimamente dedicado a interpretar papeles de exorcistas, estrena El exorcismo de Georgetown. Una película de «cine dentro del cine» y terror metarreferencial sobre exorcismos, que llega tan solo un año después de su interpretación del Padre Gabriele Amorth en El exorcista del Papa (The Pope’s Exorcist, 2023) crítica y de la cual, según informó la revista de cine británica Empire, ya se estaría preparando una secuela.

La historia de El exorcismo de Georgetown se centra en Anthony Miller (Russell Crowe), un actor en decadencia que está recuperándose de sus problemas de adicción. Con la intención de relanzar su carrera, Tony acepta el papel de un sacerdote exorcista en una película de terror muy particular, pues parece ser un remake del clásico El Exorcista, después de que el actor elegido en primera instancia muriera en circunstancias aún no esclarecidas. Sin embargo, tan pronto como da comienzo el rodaje, Tony empezará a mostrar un comportamiento inestable y violento, lo que lleva a su hija a sospechar que podría estar recayendo en su adicción. Aunque, no pasará mucho tiempo antes de que descubramos que algo más siniestro es lo que le está afligiendo.

Con referencias tan diversas como la película italiana La posesión del gato negro (Il gatto nero, 1989) de Luigi Cozzi, donde una actriz (Florence Guérin) comienza a sospechar que está poseída por el espíritu de una temible bruja durante el rodaje de una película basada en su leyenda, y la japonesa Rinne (2005) de Takashi Shimizu, en la cual una actriz padece horribles pesadillas y alucinaciones mientras rueda una película de terror en un hotel donde ocurrió una serie de atroces asesinatos, El exorcismo de Georgetown se presenta a priori como una propuesta interesante. Dirigida y escrita por Joshua John Miller, conocido por los aficionados del género por ser el guionista de Las últimas supervivientes (The Final Girls, 2015) y el hijo del fallecido Jason Miller, quien interpretara al Padre Karras en El exorcista (The Exorcist, 1973) de William Friedkin.

Así que, viendo que tenemos entre manos a los Miller, las conexiones metatextuales con el film de Friedkin empiezan desde antes incluso de empezar a rodar esta película, a pesar de que nunca se menciona explícitamente. Sin embargo, las alusiones son constantes y no hace faltar estar muy pendiente para captar que la hija de Tony hace una alusión indirecta, preguntando si va a hacer un remake, antes de interrumpirse y dejar sin mencionar el título. Un título que, por otra parte, podemos leer en la cabecera del guion que tiene entre las manos y que lleva el escueto nombre de «Proyecto Georgetown», siendo Georgetown la ciudad donde se desarrollaron los acontecimientos de El exorcista. Un curioso juego de complicidad metarreferencial que consigue que la intrahistoria que existe detrás de El exorcismo de Georgetown sea probablemente más interesante que la película en sí misma. Algo similar a lo que ocurrió con La sombra del vampiro (Shadow of the Vampire, 2000) , la cual construía su relato en torno a los rumores surgidos durante el rodaje de Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922) de F.W. Murnau, y que sugerían que el actor Max Schreck (Willem Dafoe) era en realidad un vampiro. Una idea inspirada en la manía de Schreck de no quitarse nunca el maquillaje del Conde Orlok y que llevó al resto del elenco a creer que podría tratarse de un vampiro de verdad. Algo que el propio director Murnau nunca desmintió e incluso llegó a alimentar pensando que podía convertirse en el ardid publicitario ideal.

Como sucediera con el clásico del cine mudo, El exorcista de Friedkin también estuvo rodeada de numerosos rumores, debido sobre todo a la serie de trágicos incidentes que afectaron al elenco y al equipo técnico. Rumores que Joshua John Miller parece querer reflejar en su propia película, haciendo que el actor elegido en primer lugar (Adrian Pasdar) padezca un accidente mortal en el set, o que el propio Tony recaiga en su adicción, de una manera similar a lo que le sucedió a la actriz Mercedes McCambridge, quien interpretó la voz de la niña Reagan mientras se encontraba bajo la influencia maléfica y que decidió recurrir al tabaco y al alcohol para endurecer su voz, a pesar de que era una ex adicta y podría sufrir el riesgo de una recaída, como así sucedió.

Siendo, El exorcismo de Georgetown una película sobre el rodaje del remake de El exorcista, resulta obvio que contiene todos los tropos y clichés que cabría esperar del subgénero de posesiones demoníacas: la parafernalia católica, el protagonista atormentado, el existencialismo religioso, etc. Además, se beneficia de la presencia de un actor de la talla de Russell Crowe, quien llega impulsado por el éxito obtenido con El exorcista del papa. Lo que convierte a esta película en su segunda película sobre el tema en poco más de un año, aunque en realidad se rodase con anterioridad y tardase más de cuatro años en ver una sala de cine. Y a todo lo anterior, se le debe añadir también la más que evidente sinergia creada a partir de la relación familiar del director con el clásico de William Friedkin. Así que no es de extrañar que finalmente la productora Miramax, a través de su distribuidora Vertical Entertainment haya decidido rescatar el proyecto y probar suerte. Pero, la verdad es que El exorcismo de Georgetown no es una película ni mucho menos redonda.

Su mayor problema radica en que, como demostró el reciente fracaso en taquilla del lujoso reboot de David Gordon Green, El Exorcista: Creyente (The Exorcist: Believer, 2023) crítica, no basta con exhibir credenciales para garantizar el éxito; que es lo que debió pensar Joshua John Miller. También se precisa de un buen guion, un reparto eficaz y, sobre todo, un antagonista a la altura. Respecto al reparto, a pesar de algunos cameos entrañables como Adrian Pasdar o Samantha Mathis, ni Ryan Simpkins, ni Sam Worthington aprovechan demasiado sus minutos en pantalla. Y Joshua John Miller no parece estar muy seguro de si quiere que el mal antagonista sea psicológico (es decir, que esté en la cabeza de Tony), como parece apuntarse en la primera mitad, o de origen demoníaco, como finalmente se presenta en la segunda y en el apresurado desenlace.

No obstante, la primera mitad de El exorcismo de Georgetown muestra de manera convincente a un actor atormentado, cuyos fantasmas personales lo convierten en el candidato perfecto para albergar una oscuridad interior. En esta parte de la película, abunda el drama familiar y se establece la relación entre Tony y su hija adolescente. Resulta evidente que la película de Joshua John Miller es mucho más interesante cuando se centra en el estudio del dolor y la autodestrucción de las personas con adicciones. El meticuloso enfoque del director para construir la tensión de manera pausada, proporciona momentos cautivadores y se convierte en el vehículo perfecto de Russell Crowe, quien sabe aprovechar y llenar la pantalla con su presencia. Sin embargo, los problemas, tanto de guion como de tono, comienzan a surgir a medida que avanza la historia. Una vez que se revela la naturaleza de lo que atormenta a Tony, Joshua John Miller cae en la tentación de abandonar el tono psicológico para adentrarse de lleno en el de la posesión demoníaca, recurriendo a los trucos y clichés más comunes del género. Luces que parpadean en habitaciones cada vez más oscuras, golpes de sonido que buscan el sobresalto fácil y planos tipo «sonrisa de Kubrick» para destacar la influencia maléfica que anida en Tony. Además, es en esta parte cuando Russell Crowe tiene que elevar aún más, si cabe, su intensidad interpretativa, lo que provoca que su actuación descarrile y se vuelva exagerada y repetitiva. ¿Cuántos planos de sus ojos fulgurantes se necesitan para convencernos de que está poseído? Y lo peor llega cuando lo vemos contorsionarse, con crujidos de huesos incluidos, echando por la borda cualquier oportunidad de dar auténtico miedo.

Eventualmente, El exorcismo de Georgetown acaba volviéndose desordenada y, sobre todo, predecible, ofreciendo más de lo mismo que cualquier otra película genérica sobre exorcismos. Un aburrido thriller meta-psicológico, carente de sustos verdaderos y con un mensaje superficial sobre la adicción, el trauma infantil y la culpa, con el que probablemente Joshua John Miller haya querido explorar como premisa narrativa el azaroso rodaje del clásico El exorcista y la naturaleza, supuestamente misteriosa, de los diversos accidentes que padeció el equipo técnico y que culminaron en cuatro muertes y una lesión de columna que pudo acabar con la carrera de Ellen Burstyn. Una especie de intento de capitalizar el legado del clásico, pero sin el peso que implica ser la secuela o el remake del mismo. Por desgracia, el resultado no se aproxima a lo deseado y todo se queda en otra película de posesiones infernales sin nada más que reseñar.




terrorbit
terrorbit
Escritor y amante de cine de terror. Superfan de las películas de zombies, cuantos más zombies, mejor. Desde mis ojos, cuatro décadas viendo cine de terror os contemplan.