Título original: Meandre (FRA, 2020) Color, 90 mins.
Director: Mathieu Turi
Reparto: Gaia Weiss, Peter Franzén, Romane Libert, Frédéric Franchitti
Tras sufrir su estreno un retraso de un año y coincidiendo con la distribución de Oxígeno (2021) crítica de Alexandre Aja, otra película de concepto similar donde otra mujer es expuesta a una imposible situación tan involuntaria como mortal, el segundo largometraje del francés Mathieu Turi, creador de la interesante Hostile (2017) , pretende ser una ingeniosa subversión del terror claustrofóbico propuesto por primera vez por la magistral Cube (1997) de Vincenzo Natali, donde un grupo tienen que escapar de una increíblemente intrincada y angustiosa estructura con forma de cubo. El tubo sigue la misma idea y nos presenta una historia que gira en torno a una madre desolada por la pérdida de su hija que se ve atrapada en un retorcido laberinto plagado de trampas mortales.
El mayor problema de El tubo no se encuentra en la escasa originalidad de la trama, junto al film de Vincenzo Natali, también llegan a la memoria reminiscencias de Haze (2005) , un oscuro mediometraje de Shinya Tsukamoto sobre un hombre que se despierta encerrado en un estrecho laberinto de pasillos de hormigón, donde apenas puede moverse y sin recordar por qué está allí o cómo llegó, y de Crawl or Die (2014) , otra desconocida joya independiente dirigida por Oklahoma Ward, donde Nicole Alonso se encuentra asediada por un monstruo imparable en un interminable sistema de túneles subterráneos que, cada vez, se van haciendo más estrechos. A pesar de esto, Mathieu Turi es capaz de hacer olvidar al espectador que ya se encuentra ante una historia familiar manteniéndose siempre pendiente del próximo recodo del laberinto, del próximo giro narrativo. Sin embargo, desgraciadamente es incapaz de solventar el lastre de un guión repleto de mecanismos ilógicos, evidentemente escritos para tratar de dar cierta profundidad contextual a una premisa sencilla que no los necesita, y que lo único que consiguen es emborronar el foco de la historia. Por ejemplo, la introducción del otro personaje que aparece en la película, cuyo trasfondo resulta tan innecesario como irrelevante para la historia, y que desaparece buena parte del metraje para luego ser recuperado a conveniencia con el único propósito de añadir un nuevo infortunio a las tribulaciones de la protagonista.
Para Mathieu Turi lo más importante de El tubo parece ser la laberíntica y claustrofóbica estructura donde se encuentra atrapada la protagonista. Todo su esfuerzo se centra en convertirla en una especie de trampa de porno de tortura similares a las que podríamos hallar en films tipo Saw (2004) de James Wan, sin ofrecer una plausible salida narrativa, ni ninguna explicación. Desafortunadamente, El tubo no transmite al espectador la sensación de estar atrapado en un espacio estrecho y confinado que tanto anhela. Esa sensación tan estremecedoramente desagradable que sí sentimos en el film de Vincenzo Natali o en el de Tsukamoto.
El tubo propone también una alegórica reflexión contenida en la intensa determinación de Gaia Weiss, una actriz de rostro televisivo a quien hemos visto recientemente en la serie La Revolución (TV, 2020) . Una especie de metáfora existencialista que convierte a la tortuosa maraña de conductos en el cúmulo de dificultades interpuestas a una mujer en un entorno hostil, cuyas víctimas se representan en los cadáveres que marcan la dirección a seguir. Sólo a través de su sufrimiento y su determinación como motores centrales, puede la protagonista vencer al laberinto y al espantajo que vaga perdido por sus recovecos como un mitológico Minotauro, interpretado por Peter Franzén, un actor finlandés que ya coincidió con Gaia Weiss en la serie Vikingos (TV, 2013–2020) .
En resumen, la fórmula propuesta por Mathieu Turi no es nueva, ni tampoco llega a ser tan poderosa como la de Cube o Haze. La poca inclinación demostrada por Mathieu Turi a ofrecer clarificaciones lógicas sobre su concepto narrativo la aleja mucho de ser la experiencia inmersiva escalofriante que pretende ser y la convierte en una tediosa e interminable sucesión de contorsionismos y gruñidos. A pesar de todo, la sólida interpretación de Gaia Weiss y alguna que otra sorpresa pueden hacerla visible para aquellos aficionados que aprecien este tipo de historias.