Título original: Midsommar (USA/SWE, 2019) Color, 147 mins.
Director: Ari Aster
Reparto: Florence Pugh, Jack Reynor, Vilhelm Blomgren, Will Poulter
Ari Aster, quien se diera a conocer internacionalmente entre los aficionados del género terrorífico con Hereditary (2018) , regresa a la dirección con esta fábula sobre el choque entre el pensamiento racional y el paganismo cuando una pareja, en plena crisis sentimental, viaja al norte de Suecia para asistir a las festividades de un misterioso culto durante el solsticio de verano. Pero, lo que en principio parecen ritos peculiares sobre la fertilidad y la comunidad, aderezados con un generoso consumo de alucinógenos, rápidamente se transforman en una pesadilla terrorífica de la que no podrán escapar.
Midsommar está fotografiada con extrema meticulosidad, con esa frialdad milimétrica que caracterizaba al ojo de Stanley Kubrick y que Ari Aster parece adorar. Su visión del culto pagano y de sus supersticiones está representada con un formalismo y un estilismo destacables. El blanco uniforme de los ropajes del culto, su físico tan similar, las nítidas ilustraciones rúnicas talladas en las paredes. Todo ello dibujando una imagen muy ordenada y limpia. Y, como contrapunto, la sucia paleta de grises y marrones que caracteriza a los visitantes, sus rostros siempre ceñudos, descreídos.
Pero, es sin duda Florence Pugh el mayor aliciente de la película. El soberbio reflejo del danzante equilibrio entre el miedo instintivo y el pragmatismo del razonamiento humano. Dependiente y confundida, pero al mismo tiempo, alerta y receptiva en su búsqueda casi catártica de un alivio al dolor y la pena que padece. El resto del reparto, simplemente acompañan su interpretación, sin desentonar, pero tampoco si resaltar por nada concreto. Aunque, quizás Will Poulter y su empatizadora interpretación, a caballo entre lo irritante y lo atrayente, del típico veinteañero drogata y calentorro, sea también digno de mención.
Sin embargo, más inquietante que aterradora, parece haber algo incompleto en Midsommar. Como ya demostrara en Hereditary, Ari Aster es un excelente creador de atmósferas y muy capaz de mantenerlas durante todo el metraje. Junto a su fiel director de fotografía, Pawel Pogorzelski, recurre a la sutileza y a la insinuación para perturbar al espectador, como esa distorsionada visión de la naturaleza donde las copas de los árboles parecen tener vida propia o los rostros que pierden la consistencia de sus rasgos. Pero, también tiene en su bolsa momentos de delicioso e inesperado gore que, lejos de quedar fuera de lugar, rompen el lento discurrir de la historia y establecen definitivamente el tono terrorífico de la misma. Ese momento en el que la inevitable fragilidad humana se muestra en todo su esplendor y el dolor primario de sufrir una pérdida inimaginable conduce a aceptar cualquier explicación por absurda o surrealista que parezca. A pesar de ello, la película adolece de un cierto desequilibrio tonal que no termina nunca por resolverse, casi siempre por culpa de improbables incursiones de humor absurdo.
Con todo, Midsommar sigue siendo una extraordinaria experiencia sensorial, casi como una pesadilla bergmaniana. Un inquietante estudio de la fragilidad y la vacuidad de la vida humana que vale la pena ver.